Descubra nuestros servicios en el área de ciberseguridad
En UTAI SOFTWARE, ofrecemos una amplia gama de servicios en el área de ciberseguridad para proteger tu empresa y tus datos. Nuestra experiencia en seguridad informática se centra en soluciones personalizadas, adaptadas a cada necesidad empresarial.

Administración Linux
En UTAI SOFTWARE, contamos con amplia experiencia en la administración de sistemas Linux, proporcionando soluciones seguras, escalables y optimizadas para empresas de todos los tamaños.

Análisis de Vulnerabilidades
En UTAI SOFTWARE, ofrecemos servicios de análisis de vulnerabilidades para detectar, evaluar y mitigar riesgos en infraestructuras de TI, redes y aplicaciones. Nuestro enfoque proactivo permite identificar amenazas antes de que sean explotadas, garantizando la seguridad y continuidad de tu negocio.

Instalación Firewall, IDS
En UTAI SOFTWARE, ofrecemos soluciones avanzadas de seguridad perimetral con la implementación de firewalls e IDS/IPS para proteger redes, servidores y datos empresariales.
Nuestro producto estrella
Listo para usar
Nuestros tres beneficios principales
Ahorre costes en informática
Somos tu One Stop Shop en ciberseguridad e inteligencia artificial, protegiendo tu empresa mientras optimizas su gestión. Refuerza la seguridad migrando a la nube con software libre, virtualización y automatización. Minimiza riesgos, reduce vulnerabilidades y protege tus datos con soluciones avanzadas. Asegura el cumplimiento normativo, capacita a tu equipo en seguridad digital y elimina hardware innecesario, maximizando la eficiencia con tecnologías inteligentes y seguras, todo en un solo lugar.
Obtenga una solución a tu medida
Analiza tus vulnerabilidades, protege tu información y optimiza costos con software libre y automatización. Diseñamos estrategias de ciberseguridad personalizadas para que tu empresa transforme datos en decisiones seguras e inteligentes. Refuerza la infraestructura, evita amenazas y garantiza el cumplimiento normativo con una solución integral adaptada a tu negocio. ¡Haz que la tecnología y la seguridad trabajen para ti!
Consiga innovar en menos tiempo
Acelera la innovación sin comprometer la protección de tu empresa. Implementa automatización segura, software libre y estrategias ágiles para fortalecer tu infraestructura digital. Aplicamos inteligencia artificial y ciberseguridad avanzada para optimizar procesos, detectar amenazas y garantizar el cumplimiento normativo. Convierte ideas en soluciones eficientes y seguras, protegiendo tus datos y tu negocio. ¡El futuro empieza ahora, pero seguro! 🔐
Todo lo que necesita para optimizar su negocio
En UTAI SOFTWARE, nos encargamos de la tecnología para que tú te concentres en hacer crecer tu negocio.
Mayor rentabilidad
Optimiza tu negocio sin comprometer la seguridad. Protege datos, automatiza procesos y refuerza la ciberseguridad con inteligencia artificial, big data y estrategias avanzadas. Con Odoo ERP, analítica inteligente y cumplimiento normativo, mejoramos la productividad, reducimos costos y maximizamos beneficios, asegurando la confidencialidad, integridad y disponibilidad de tu información. En UTAI SOFTWARE, rentabilidad y seguridad van de la mano. 🚀
Menores costes
Reduce costes sin comprometer la protección de tu negocio. En UTAI SOFTWARE, optimizamos recursos con inteligencia artificial, big data y automatización segura, implementando Odoo ERP y soluciones de ciberseguridad avanzadas. Minimiza riesgos, evita pérdidas por brechas de seguridad y protege tus datos mientras mejoras la eficiencia y rentabilidad. Menos gastos, más seguridad y beneficios. 🚀
Mejor escalabilidad
Impulsa el crecimiento de tu negocio sin comprometer la seguridad. En UTAI SOFTWARE, combinamos inteligencia artificial, automatización y big data con ciberseguridad avanzada para garantizar una escalabilidad sólida y protegida. Implementamos Odoo ERP y soluciones seguras que optimizan procesos, minimizan riesgos y fortalecen la infraestructura digital. Crecimiento sin límites, reducción de costes y máxima protección. 🚀
Perdona Mamá, soy hacker
No hay ningún ordenador 100% seguro
Prólogo
Este libro es una obra de ficción. Los personajes, las situaciones y las organizaciones aquí descritas han sido creados a partir de la imaginación de su autor. Sin embargo, la línea que separa la ficción de la realidad es, a veces, más tenue de lo que parece. Todo lo que estás a punto de leer podría no ser real… pero también podría serlo.
Vivimos en un mundo donde las redes invisibles conectan cada aspecto de nuestras vidas. Un mundo donde el poder no solo se mide por la fuerza militar o la influencia política, sino por el control de la información, la vigilancia digital y la capacidad de manipular sistemas complejos desde las sombras. Los enemigos de hoy no siempre llevan uniforme ni operan desde oficinas gubernamentales. A menudo, están detrás de una pantalla, encapuchados en el anonimato de la red, y sus armas no son balas ni bombas, sino líneas de código.
Las amenazas a las que se enfrentan los protagonistas de esta historia no son meros productos de la ciencia ficción. La realidad nos ha demostrado que las vulnerabilidades tecnológicas existen y que, si no se toman en serio, pueden convertirse en la perdición de individuos, empresas e incluso naciones enteras. Los nombres y las caras cambian, pero las estrategias, los ataques y las intrusiones no son nuevas. Y cada día que pasa, el juego se vuelve más sofisticado y letal.
Esta es una advertencia para los que miran a otro lado, para los que subestiman la importancia de la seguridad informática. La falta de preparación, el descuido o la simple ignorancia no solo pueden costar millones de euros en pérdidas; pueden poner en peligro vidas, identidades y la propia estabilidad de nuestra sociedad.
La historia de Che y VV es una ficción. Pero su mensaje es real.
Piensa en este libro como un recordatorio de lo que sucede cuando bajamos la guardia. Porque aunque te sientas seguro detrás de tu firewall o confiado en que “no tienes nada que esconder”, ahí fuera, en las profundidades de la red, siempre hay alguien buscando la manera de abrirse paso.
Los sistemas pueden caer, las redes pueden colapsar, y los datos más privados pueden convertirse en herramientas para el chantaje o la manipulación.
Si no proteges lo que tienes, ten por seguro que alguien más intentará apropiarse de ello.
Así que lee con atención, disfruta del viaje… y recuerda: todo lo que aquí se describe podría ser una advertencia.
Porque en un mundo donde la seguridad es solo una ilusión, la única manera de mantenerse a salvo es asumir que, en cualquier momento, podrías ser el próximo objetivo.
Capítulo 1: Los Orígenes de la Resistencia
Che recordaba con claridad el primer día de clase con Nemo. El aula estaba llena de estudiantes de primer año, nerviosos, con expectativas y algo de temor al ver al hombre al frente. Nemo no era un profesor cualquiera: su reputación como un “examinador despiadado” precedía a su figura. Tenía un enfoque peculiar para la enseñanza, casi sádico, según algunos alumnos. Para otros, era el único que hablaba de la informática como un arte y no como un simple oficio.
“Bienvenidos al infierno”, dijo, con una sonrisa casi imperceptible.
Che, sentado en una de las últimas filas, miró con curiosidad. Todos esperaban una presentación clásica, alguna charla de bienvenida que suavizara el ambiente. Pero Nemo se limitó a escribir tres palabras en la pizarra:
Inferno, Liberación, Transparencia.
El silencio se hizo aún más palpable.
—La mayoría de ustedes no tiene ni la menor idea de lo que está a punto de enfrentar. —Su voz resonó en la sala, clara y cortante—. Aquí no hay recompensas fáciles. Aquí no aprenderán a programar para seguir un manual. Ustedes van a sufrir. Van a fracasar. Y, si tienen suerte, quizás alguno logre ver lo que realmente significa la libertad digital.
Che sintió una chispa encenderse en su interior. Había algo en esas palabras, en la manera en que Nemo hablaba del sufrimiento y el fracaso, que lo hizo estremecerse. Los demás estudiantes miraban con desconcierto. Pero para él, era diferente. No era una advertencia; era una invitación.
El Primer Contacto
Días después, comenzaron a trabajar con Inferno, el sistema operativo que Nemo les presentó como “el verdadero desafío”. Una plataforma diseñada para ser intransigente, como si todo estuviera pensado para empujar a los estudiantes al límite de su cordura. Algunos abandonaron el curso después de las primeras semanas. Otros empezaron a copiarse, a buscar atajos. Pero no Che. Para él, enfrentarse a cada línea de código, cada estructura retorcida y cada error inesperado, era casi adictivo.
Nemo observaba en silencio, sin intervenir. Solo se acercaba de vez en cuando, miraba la pantalla y dejaba caer alguna frase enigmática:
—Un código cerrado es como un prisionero en su celda: incapaz de tocar el mundo exterior.
Otras veces, se limitaba a señalar los errores más obvios con un simple "No." Sin más explicaciones. No había retroalimentación directa, solo la frustración de saber que algo estaba mal sin poder identificar el porqué.
La Conversación que Cambió Todo
Un día, mientras Che revisaba por vigésima vez una línea de código que se negaba a funcionar, Nemo se le acercó. Sin decir palabra, se inclinó sobre la pantalla y pulsó una serie de teclas. En cuestión de segundos, el error desapareció. Era algo tan pequeño, tan insignificante, que Che casi no pudo creer que se le hubiera pasado por alto.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó, sin apartar la vista del monitor.
Nemo lo miró fijamente, como si evaluara si valía la pena responder.
—Porque el sistema quiere que fracases. Y el único camino hacia la libertad es enfrentarlo, entenderlo y reescribirlo. —Hizo una pausa y agregó—: No olvides esto, Che: no hay ningún ordenador seguro, a no ser que esté desconectado y en una caja fuerte.
Esa fue la primera vez que Che escuchó aquella frase que luego se grabaría a fuego en su memoria. Era una verdad absoluta, simple y cruda. Desde ese momento, dejó de ver el curso como un simple aprendizaje. Inferno no era un sistema operativo; era una metáfora del control, del encierro, de los límites impuestos.
El Nacimiento de la Misión
Los años pasaron, y Nemo desapareció tan repentinamente como había llegado. Pero las enseñanzas quedaron. Che terminó la universidad con más preguntas que respuestas, pero con una convicción férrea: el conocimiento no debía estar encerrado. Los sistemas cerrados eran cárceles, y cada línea de código oculta, un candado que debía ser roto.
Fue durante esa época que empezó a germinar la idea de una misión más grande. Una misión para liberar al conocimiento de las garras del software propietario, para mostrar al mundo la verdad detrás de cada capa de oscuridad. Pero para eso, necesitaba algo más. Alguien más. Un aliado capaz de pensar en códigos y estructuras con la misma pasión que él.
Che sabía que la búsqueda no sería fácil. Se necesitaría tiempo, paciencia y algo de suerte. Pero un día, después de más de dos décadas de planificación, apareció el perfil de VV en LinkedIn.
Era solo una solicitud más en un mar de perfiles tecnológicos, pero cuando vio sus trabajos con sistemas abiertos y su insistencia en la transparencia del código, supo que finalmente había encontrado a su complemento.
El Cierre del Capítulo 1
—Si aceptas, no será un trabajo fácil —escribió Che en su primer mensaje a VV—. Vamos a luchar contra un enemigo que ni siquiera se muestra. Vamos a romper barreras que nadie sabe que existen. Pero te prometo una cosa: cada línea de código que escribamos, cada acción que tomemos, escribirá la verdadera historia de la libertad digital.
VV respondió con una sola línea:
—¿Cuándo empezamos?
Capítulo 2: Reclutamiento en la Sombra
Encontrar a VV fue solo el primer paso. El verdadero desafío era convencerlo. Che sabía que las palabras correctas podían abrir puertas que ninguna línea de código podría hackear. Durante semanas, se dedicó a estudiar cada publicación de VV, cada comentario en foros y cada rastro digital que había dejado. Se trataba de un programador brillante, sí, pero también de un enigma. VV no era un nombre conocido en las comunidades de hackers ni en los círculos de activistas digitales; operaba bajo el radar, sin buscar reconocimiento.
El mensaje inicial fue directo y enigmático, como el propio Che: “Si la libertad digital tuviera un ejército, tú serías un general.”
VV tardó dos días en responder. “¿Y tú quién eres? ¿Un reclutador o un loco?” El tono de VV era escéptico, pero Che reconoció la chispa de curiosidad detrás de sus palabras. No se trataba de dinero, ni de fama. Era algo más profundo. VV quería saber qué había detrás de la oferta.
—“Soy alguien que no juega a ser héroe, pero que quiere escribir su propia historia,” —respondió Che—. “Y creo que tú también tienes algo que contar.”
A partir de ese momento, intercambiaron mensajes casi a diario. Empezaron con debates técnicos sobre software libre y sistemas abiertos, pero pronto las conversaciones se volvieron más personales. VV cuestionaba el sistema con la misma intensidad que Che, pero su enfoque era más pragmático. Se complementaban. Mientras Che veía todo en términos de una gran narrativa de liberación digital, VV se centraba en los detalles: cómo funcionaba realmente cada línea de código, cómo cada exploit podía ser convertido en un arma.
La Prueba de Fuego
Che sabía que para ganarse a VV no bastaban las palabras. Necesitaba una prueba, algo que le demostrara que no era un idealista más con sueños de grandeza. Así que preparó un reto.
Le envió a VV un archivo cifrado acompañado de un mensaje simple: “Desbloquéalo y te contaré quién soy.”
Para la mayoría de los programadores, el cifrado que Che había usado sería un rompecabezas imposible. Pero VV no era un programador cualquiera. Al cabo de cinco horas, VV envió un archivo de respuesta con una sola línea de texto: “Estoy dentro.”
Che sonrió. Era la confirmación de lo que ya sospechaba: VV tenía el potencial y la determinación que había estado buscando durante tanto tiempo.
A partir de ese momento, la dinámica cambió. Las charlas se volvieron más profundas, las conversaciones más sinceras. Che empezó a revelar partes de su historia: la influencia de Nemo, la lucha contra el control digital, y su convicción de que cada línea de código debía ser liberada.
—“¿Por qué no te unes a alguna organización de software libre?” —preguntó VV en una de esas charlas nocturnas que se alargaban hasta la madrugada.
Che se quedó en silencio durante unos segundos, pensando en todas las veces que se había hecho la misma pregunta.
—“Porque están jugando un juego amañado. No luchan por cambiar las reglas, solo quieren ser aceptados en el tablero. Nosotros vamos a volar el tablero en pedazos.”
El Acuerdo
Después de semanas de conversación, Che finalmente hizo la oferta formal:
—“UTAI SOFTWARE no es una empresa. Es un proyecto. Un ideal. Aquí no buscamos ganancias ni reconocimiento. Buscamos destruir las cadenas del conocimiento cerrado. Trabajarías conmigo, pero serías libre de definir cómo y cuándo. ¿Estás dispuesto?”
VV respondió casi de inmediato:
—“¿Qué te hace pensar que puedes confiar en mí?”
Che sonrió al leer la pregunta. La respuesta era tan simple como complicada:
—“Porque compartimos el mismo enemigo.”
Fue entonces cuando VV aceptó oficialmente. No hubo contratos, ni documentos, ni firmas. Solo un intercambio de manos virtual y un acuerdo tácito: lucharían juntos para construir una realidad diferente.
La Pasión por el Hip Hop
Curiosamente, no fue la técnica ni la misión lo que selló su alianza, sino la música. En un momento de descanso, Che mencionó que escribía código mientras escuchaba a Violadores del Verso. VV se detuvo y, por primera vez en semanas, no respondió con alguna corrección técnica o una pregunta difícil. En lugar de eso, envió una lista de reproducción.
—“Tío, si no has escuchado ‘Cantando’ mientras hackeas, no has vivido,” —escribió VV con una sonrisa casi palpable en el texto.
A partir de entonces, hablaron tanto de música como de programación. Debatieron sobre los mejores discos de hip hop, sobre cómo las letras de Los Chikos del Maíz eran un grito de protesta tan potente como cualquier ataque digital. Se enviaban recomendaciones y discutían durante horas sobre el significado detrás de cada verso. Y, poco a poco, la música se convirtió en su lenguaje secreto.
Seis Meses Después
El proceso de reclutamiento duró casi seis meses. No fue fácil. Hubo momentos en los que Che pensó que VV se marcharía, que la presión de trabajar en las sombras sin saber siquiera la verdadera identidad de su contacto sería demasiado. Pero la convicción los mantuvo unidos. Ambos sabían que estaban destinados a algo más grande que ellos mismos.
Finalmente, el día que sellaron su alianza, Che envió un último mensaje:
—“Nuestro enemigo no es una persona, ni una empresa. Es un sistema. Un sistema que no solo controla el software, sino la narrativa. Pero recuerda: la historia también la escribimos nosotros.”
VV respondió con dos palabras: “Hora de explotar.”
Capítulo 3: Una Alianza Virtual
La relación entre Che y VV se construyó como se construye un castillo de naipes: lentamente, con un equilibrio precario, pieza a pieza. No compartían una oficina, ni se conocían cara a cara, pero, de alguna manera, su conexión era más sólida que muchas alianzas físicas. Che operaba desde una ciudad anónima, trabajando a altas horas de la noche en una pequeña habitación llena de pantallas, cables enredados y la luz parpadeante de routers modificados. VV, por su parte, trabajaba en un entorno completamente distinto: un lugar funcional y despejado, donde solo había lo esencial, y cada dispositivo estaba controlado con precisión casi obsesiva.
Su única constante era la pantalla, el flujo de mensajes encriptados y los códigos cifrados que intercambiaban diariamente. Che prefería un entorno flexible y caótico, mientras que VV trabajaba como si el orden mismo fuera la clave de su éxito. Sin embargo, ambos compartían una visión y un objetivo común que trascendía sus diferencias.
El Protocolo de la Oscuridad
La primera regla que establecieron fue la más simple, pero la más fundamental: nunca preguntar por información personal. Ni nombres reales, ni ubicaciones, ni detalles que pudieran comprometer la operación. El anonimato no era una cuestión de cortesía, sino una necesidad operativa. Al principio, esto generó cierta desconfianza. Para Che, era frustrante no saber quién era realmente su nuevo socio, mientras que VV, más reservado por naturaleza, se sentía cómodo manteniendo sus capas de seguridad.
Che creó un protocolo de comunicaciones que bautizó como "La Oscuridad". Consistía en un conjunto de reglas que definían cuándo, cómo y bajo qué circunstancias se podía comunicar información sensible. El canal de comunicación se cifraba con claves que cambiaban cada 72 horas, y cada mensaje se fragmentaba en paquetes que debían ensamblarse con un software propio que solo ellos controlaban. Incluso los nombres que usaban—Che y VV—eran parte de un sistema de seudónimos rotativos que variaban con cada nueva operación.
“Confía en La Oscuridad y La Oscuridad te protegerá”, solía bromear Che. Pero, para VV, no era una broma. Era un principio operativo.
Primeros Pasos en el Juego
Los primeros meses estuvieron dedicados a pruebas. Pequeñas incursiones en sistemas menores, apenas lo suficiente para calibrar sus estilos de trabajo. Che y VV probaban métodos y estrategias, ajustando cada detalle como si se prepararan para un gran golpe. Sabían que cualquier fallo, por pequeño que fuera, podría exponerlos antes de tiempo.
Comenzaron con objetivos de bajo perfil: servidores abandonados, bases de datos de empresas sin actualizaciones de seguridad y archivos en universidades olvidadas. Pequeñas victorias que los ayudaron a entender cómo coordinaban sus fuerzas. Cada misión tenía un objetivo claro: liberar el conocimiento almacenado y, de paso, dejar un rastro que otros pudieran seguir.
VV se encargaba de construir herramientas y exploits personalizados, diseñados para infiltrar sistemas de forma sutil y casi indetectable. Che, por su parte, se dedicaba a seleccionar los objetivos y planear los movimientos tácticos. Era como un juego de ajedrez, donde cada pieza se movía con una precisión calculada.
—“¿Por qué solo liberamos información técnica?” —preguntó VV en una de esas noches largas de planificación.
—“Porque es lo que la gente necesita,” —respondió Che—. No somos justicieros. No estamos aquí para exponer escándalos. Nuestro enemigo es el control del conocimiento. Si les damos las herramientas para luchar, se defenderán solos.”
VV no respondió de inmediato. Luego de un silencio, envió un mensaje simple: “Entendido.”
El Desafío de la Desconfianza
Sin embargo, no todo fue fluido. Hubo momentos de tensión. En varias ocasiones, VV cuestionó las decisiones de Che. “¿Por qué no nos movemos más rápido?” o “Esto es un riesgo innecesario.” Che sabía que no podía presionar a VV para que confiara en él. La confianza no se construía con palabras, sino con resultados. Cada pequeño éxito, cada fragmento de conocimiento liberado, era una pieza más en ese delicado equilibrio.
Pero había algo que Che no compartía, algo que guardaba para sí. Aunque VV era brillante, su pragmatismo rozaba a veces la impaciencia. Che sabía que el sistema que enfrentaban era como una bestia dormida: si la despertaban antes de tiempo, su misión quedaría truncada antes de siquiera empezar. Había que actuar con paciencia. Prepararse. Construir con cada operación una red invisible, una estructura de conocimiento que pudiera sostenerse por sí sola.
—“Si queremos ganar, tenemos que pensar como ellos,” —dijo Che una noche, después de que VV expresara su frustración por la lentitud del avance.
—“¿Y cómo piensan ellos?” —preguntó VV, con una mezcla de curiosidad y escepticismo.
—“Ellos controlan la información, pero nosotros controlamos el tiempo. Mientras creen que dormimos, ya hemos escrito la próxima jugada.”
VV no respondió, pero Che supo que lo había entendido. Había aprendido algo de Nemo: a veces, el silencio decía más que mil líneas de código.
El Dilema de la Identidad
El verdadero desafío de trabajar virtualmente no era la distancia ni la falta de contacto físico, sino el dilema de la identidad. Che y VV sabían todo el uno del otro en términos de habilidades y competencias, pero no sabían nada de quiénes eran realmente. A veces, Che se preguntaba quién estaba al otro lado del teclado. ¿Sería alguien como él? ¿Un profesional con una vida aparentemente normal? ¿O un radical encerrado en algún sótano, trabajando bajo la constante amenaza de ser descubierto?
Por su parte, VV también tenía sus dudas. ¿Qué motivaba realmente a Che? ¿Era idealismo puro, o había algo más? La paranoia, una sombra constante en su tipo de trabajo, nunca desaparecía del todo. Pero cada vez que pensaba en alejarse, cada vez que las dudas lo asaltaban, le bastaba recordar la claridad de las palabras de Che para disiparlas.
“Somos más que hackers. Somos los arquitectos de una realidad alternativa.”
Esa frase resonaba en la mente de VV cada vez que tecleaba una nueva línea de código, cada vez que ejecutaba una operación. Aunque aún no confiaba plenamente en Che, estaba dispuesto a seguir adelante. Porque, al final del día, ambos querían lo mismo: escribir la historia desde cero.
El Inicio del Verdadero Juego
Después de meses de operaciones menores, Che decidió que estaban listos para el siguiente nivel. Había una organización que se había dedicado a recolectar datos de usuarios sin su consentimiento, acumulando perfiles de millones de personas sin que nadie lo supiera. No era la típica operación de ciberseguridad; era un ataque a la misma idea de libertad digital.
—“Vamos a abrirles las puertas,” —anunció Che—. “Pero no como un simple hackeo. Vamos a dejar que el mundo vea qué están haciendo.”
—“¿Cómo?” —preguntó VV.
—“Con estilo,” —respondió Che.
Era la primera vez que VV notó un cambio en el tono de su socio. Había algo más que técnica en su voz. Había un toque de orgullo, casi de placer.
Y así empezó la primera operación a gran escala de Che y VV. Una operación que los pondría en el radar de los grandes jugadores y marcaría el verdadero comienzo de su misión.
Capítulo 4: El Primer Golpe
La misión comenzó como todas las demás: con una idea simple. Che había estado siguiendo a una pequeña compañía de análisis de datos, aparentemente inofensiva, que se dedicaba a recolectar información de usuarios en foros de tecnología y sitios especializados en seguridad digital. A simple vista, era una operación menor, casi irrelevante comparada con los gigantes que dominaban el mercado. Pero había algo extraño: los patrones de comportamiento y las técnicas de extracción de datos eran demasiado sofisticadas para una empresa de su tamaño. Che intuyó que había una sombra más grande operando detrás de ellos.
—“¿Quiénes son en realidad?” —preguntó VV cuando Che compartió los detalles.
—“Un peón. Pero un peón importante. Están probando algo nuevo, algo que el resto aún no ha notado. Si conseguimos exponerlos, le mostraremos al mundo qué tan vulnerables son sus muros.”
—“¿Y cómo vamos a hacerlo?”
Che dejó que la pregunta quedara en el aire por unos segundos, dejando que VV la procesara. Había diseñado un plan para infiltrarse en sus servidores, pero no para destruirlos. Quería algo más sutil, algo que cambiara la narrativa por completo.
—“No vamos a hackearlos,” —dijo finalmente—. “Vamos a abrirles las puertas de par en par… y dejarlas abiertas.”
La Infiltración
El primer paso fue identificar los puntos débiles de la infraestructura. VV analizó el flujo de tráfico hacia y desde los servidores principales, buscando patrones anómalos y conexiones redundantes. Tardó casi una semana en descubrir la brecha: un túnel olvidado, un backdoor que alguien había creado y que, al parecer, ni siquiera los propios administradores de la compañía conocían.
—“Es como si alguien hubiera dejado una llave bajo el felpudo,” —escribió VV en uno de sus mensajes—. “Pero la casa ni siquiera es suya.”
Che revisó el informe con detenimiento. El túnel era una reliquia de alguna operación anterior, algo que había permanecido oculto en el código durante años. Utilizarlo sería un riesgo: podría alertar a cualquier observador de que estaban dentro. Pero también era la mejor manera de infiltrarse sin modificar nada del entorno.
—“¿Y si le damos un uso que nunca imaginaron?” —sugirió Che—. “Lo abrimos y dejamos que cualquiera pueda entrar. Pero sin tocar nada. Solo… observamos.”
VV dudó. La idea era peligrosa, casi suicida. Cualquier error podría exponerlos antes de tiempo. Pero Che sabía que VV aceptaría el reto. Al final, el programador respondió con una palabra:
—“Lo hago.”
El Ojo del Huracán
La operación se desarrolló en fases. Primero, VV penetró en el sistema a través del túnel, estableciendo un acceso seguro que les permitiera monitorear todo el tráfico sin ser detectados. Luego, Che se encargó de redirigir ese tráfico de forma que apareciera como si fuera parte del funcionamiento normal de la empresa. Configuraron scripts automáticos que analizaban y redirigían los datos en tiempo real, creando un ecosistema de información falsa que inundaba los registros de la compañía.
—“Estamos creando una tormenta perfecta,” —murmuró Che mientras observaba los gráficos de tráfico en su pantalla—. “Cuando se den cuenta de lo que pasa, será demasiado tarde.”
El punto culminante llegó un viernes por la noche, cuando el volumen de datos había alcanzado su pico máximo. La compañía estaba a punto de cerrar un trato importante con un socio mayor, alguien que, según las investigaciones de Che, estaba realmente detrás de la operación de recolección de datos.
Fue entonces cuando ejecutaron el último paso: liberaron el acceso.
Sin previo aviso, el túnel que VV había restaurado se convirtió en una puerta abierta para cualquiera con el conocimiento suficiente como para detectarla. Che había calculado que bastarían un par de horas antes de que otros hackers notaran la anomalía. Y tenía razón.
En menos de 45 minutos, las alarmas internas comenzaron a sonar. La red de la compañía se llenó de intrusos: algunos curiosos, otros oportunistas. Pero todos ellos atraídos por el mismo objetivo: explotar el sistema. Lo que Che y VV hicieron, sin embargo, fue diferente. No tocaron los datos, no los destruyeron. Solo dejaron un mensaje en el servidor principal, un texto breve y directo que aparecería al día siguiente en todas las pantallas de la compañía:
“El conocimiento no puede ser robado. Solo compartido.”
El Caos Revelado
La reacción fue instantánea. Al día siguiente, la empresa anunció una “caída masiva de seguridad” y suspendió todas sus operaciones. Los medios de comunicación se llenaron de titulares hablando de un nuevo tipo de ataque, uno que no robaba ni destruía, sino que exponía la verdad. Pero la verdadera sorpresa llegó unos días después, cuando un colectivo de hackers anónimos publicó un informe detallado sobre la actividad de la empresa.
El documento revelaba cómo la compañía había recolectado información de millones de usuarios y la había compartido con una organización internacional sin ningún tipo de consentimiento. La noticia estalló como una bomba en el mundo digital. Los foros se llenaron de discusiones, las empresas que habían trabajado con ellos comenzaron a desvincularse y los reguladores exigieron investigaciones.
Lo que nadie sabía era que Che y VV habían planeado todo para que pareciera un ataque coordinado por múltiples grupos. Habían liberado la información de tal manera que todos los caminos llevaran a conclusiones diferentes. El sistema había quedado expuesto, y ellos seguían en las sombras, observando cómo se desarrollaba el caos.
—“Ha sido un golpe limpio,” —dijo VV cuando todo se calmó—. “Pero… ¿cuál era el verdadero objetivo?”
Che miró la pantalla con una leve sonrisa.
—“Mostrarles que la verdadera seguridad no viene de las barreras que construyen, sino de la gente que puede atravesarlas.”
Las Repercusiones
Las repercusiones no tardaron en llegar. La compañía perdió gran parte de su valor en el mercado y, en cuestión de semanas, se disolvió. Pero lo más importante fue que el mensaje se difundió: no había sistemas impenetrables. La vulnerabilidad más peligrosa no era el código ni la tecnología, sino la arrogancia de quienes creían controlarlo todo.
Che y VV no se detuvieron a celebrar. Sabían que habían despertado la atención de alguien más grande. Pero ese era el propósito. Necesitaban que el sistema los viera, que los considerara una amenaza real. Porque solo entonces podrían lanzar su verdadero ataque.
—“¿Y ahora qué?” —preguntó VV.
Che cerró la ventana del monitor y suspiró.
—“Ahora, esperamos. Y preparamos el próximo golpe. A partir de aquí, ya no somos fantasmas. Somos los arquitectos del caos.”
Capítulo 5: Enemigos en la Oscuridad
No habían pasado ni tres días desde que el primer golpe se hizo público y ya sentían la presión. Los foros clandestinos se llenaron de especulaciones. ¿Quiénes eran los responsables? ¿Hackers solitarios? ¿Un colectivo activista? Che y VV leyeron cada palabra con la atención de un francotirador observando a su objetivo. Querían saber quién estaba detrás del telón, cuáles eran los verdaderos jugadores en esta partida.
No tardaron en llegar los primeros rumores: una organización conocida como Cielo de Hierro parecía mostrar más interés del habitual. Se decía que operaban en las sombras de las sombras, financiando pequeñas empresas tecnológicas y usando sus redes para acceder a información sensible. Nunca se mostraban directamente, pero su presencia era reconocida en el submundo digital como una de las fuerzas más implacables y metódicas. Lo que hacía a Cielo de Hierro especialmente peligroso era su capacidad para borrar cualquier rastro que dejaban.
—“Creo que hemos atraído a la compañía equivocada,” —comentó VV mientras analizaba los patrones de tráfico hacia los servidores de la compañía que habían atacado.
—“¿Equivocada? Más bien, la que buscábamos,” —replicó Che con calma—. “Queríamos que nos vieran. Y ahora lo han hecho.”
—“Sí, pero ellos no solo miran. Ellos cazan.”
El Primer Contraataque
El primer indicio de que algo iba mal llegó en forma de una simple anomalía en los logs de tráfico. VV estaba revisando los registros, como de costumbre, cuando notó una serie de paquetes que parecían replicar sus propios comandos. Era como si alguien más estuviera reflejando sus movimientos, observando cada acción sin intervenir.
—“Tenemos un problema,” —escribió VV rápidamente a Che—. “Nos están observando.”
Che frunció el ceño al leer el mensaje. Era demasiado pronto para que los detectaran… a menos que Cielo de Hierro ya estuviera rastreándolos desde antes. ¿Era posible que hubieran subestimado a su enemigo?
—“¿Qué tan cerca están?” —preguntó Che.
—“Demasiado.”
Sin perder tiempo, VV comenzó a desplegar una serie de defensas diseñadas para desviar la atención. Falsos rastros, rutas redundantes y espejos digitales que imitaban su actividad normal. La idea era confundir a sus rastreadores, hacerles pensar que se movían en direcciones distintas a las reales.
Pero Cielo de Hierro no era un enemigo convencional. No se dejaron engañar fácilmente. Cada trampa que VV colocaba era sorteada con una elegancia perturbadora. No atacaban directamente. No intentaban romper las defensas. Simplemente seguían observando, como un depredador esperando a que su presa se moviera.
—“No van a irse, ¿verdad?” —preguntó VV después de varias horas de maniobras inútiles.
—“No,” —respondió Che con calma—. “Esto apenas empieza.”
El Arte de la Guerra Digital
La estrategia de Cielo de Hierro era impecable. No buscaban a Che ni a VV directamente; en lugar de eso, rastreaban cada nodo por el que pasaban, cada conexión que usaban, intentando encontrar un punto débil. Pero Che y VV estaban preparados. Habían diseñado su infraestructura con capas de seguridad pensadas precisamente para este tipo de persecución.
—“Tenemos que hacer que piensen que han encontrado algo,” —dijo Che después de una larga pausa—. “Vamos a darles lo que quieren… pero a nuestra manera.”
VV entendió al instante. Prepararon un señuelo: un servidor ficticio, lleno de información falsa y pistas diseñadas para llevar a sus rastreadores en círculos. El servidor estaba programado para enviar alertas a cada nodo con el que se conectaban, como si fuera un sistema mal configurado que filtrara datos sensibles por error.
Cielo de Hierro mordió el anzuelo. Durante días, sus rastreadores se concentraron en el señuelo, analizando cada byte, cada línea de código, como si hubieran encontrado la llave para desenmarañar la identidad de Che y VV. Pero todo era una ilusión.
—“Nos subestiman,” —escribió VV—. “Creen que somos amateurs.”
—“Dejemos que lo sigan pensando,” —respondió Che—. “Porque cuando se den cuenta de la verdad, ya estaremos dos pasos por delante.”
El Fantasma en el Sistema
A pesar de su aparente control, la tensión aumentaba. Che y VV sabían que no podrían mantener la ilusión para siempre. Cielo de Hierro era un oponente astuto. En algún momento, notarían que estaban persiguiendo un fantasma.
Una noche, mientras VV revisaba los logs del señuelo, notó algo que lo hizo detenerse. Un pequeño fragmento de código que no reconocía. Alguien había añadido una nueva línea en uno de los archivos, una simple cadena de texto:
“Nos vemos pronto, fantasmas.”
VV sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Era la firma de un rastreador. Alguien del otro lado no solo había descubierto el señuelo, sino que lo había modificado, dejándoles un mensaje directo. Se lo envió a Che de inmediato.
—“Nos tienen en el radar,” —escribió VV—. “Y lo saben.”
Che miró la cadena de texto durante un largo momento. Era un movimiento peligroso, casi arrogante. Cielo de Hierro no solo estaba cazándolos; querían que supieran que estaban siendo cazados.
—“Esto cambia las cosas,” —escribió Che finalmente—. “Si ellos quieren jugar… jugaremos.”
Preparativos para el Contraataque
La presión de tener a un enemigo observándolos no era algo nuevo para Che. Había pasado años bajo el radar, moviéndose con cautela en un entorno donde cada paso en falso podía significar el final. Pero para VV, la experiencia era diferente. Aunque compartía la misma calma operativa de Che, no estaba acostumbrado a ser el blanco directo de un depredador tan metódico.
—“Tenemos que hacer algo antes de que encuentren un rastro real,” —insistió VV.
Che sabía que tenía razón. Habían diseñado todo su entorno para soportar este tipo de persecuciones, pero incluso las mejores defensas se desgastan con el tiempo. Necesitaban una distracción, algo que hiciera que Cielo de Hierro mirara hacia otro lado.
—“Vamos a darles un objetivo más grande,” —dijo Che con decisión.
Comenzaron a trabajar en una operación paralela, algo que llamaría la atención de todos los rastreadores de Cielo de Hierro y, con suerte, de cualquier otra organización que estuviera siguiéndolos. El plan era simple: atacar a uno de los propios nodos de Cielo de Hierro y exponer una parte de su infraestructura. No lo suficiente como para desestabilizarlos, pero sí para hacerles pensar que alguien más los estaba cazando.
El Ataque Dentro del Ataque
El plan se desarrolló como habían previsto. Durante la semana siguiente, Che y VV lanzaron el ataque con precisión quirúrgica. Penetraron en un nodo satélite de Cielo de Hierro, dejando rastros que sugerían que un tercer grupo estaba intentando desenmascararlos.
El resultado fue inmediato. Los rastreadores se dispersaron, intentando averiguar quién era el nuevo jugador. El foco sobre Che y VV se desvaneció, al menos temporalmente.
—“¿Crees que se darán cuenta?” —preguntó VV cuando el tráfico se normalizó.
—“Sí,” —respondió Che con frialdad—. “Pero para cuando lo hagan, ya estaremos en otro lado.”
El Silencio Antes de la Tormenta
Por primera vez en semanas, Che y VV sintieron un respiro. Pero sabían que era temporal. Habían ganado tiempo, pero también habían provocado a un enemigo peligroso. Cielo de Hierro no se detendría hasta encontrarlos. Ahora, la pregunta no era si, sino cuándo.
—“Esto no va a terminar bien,” —escribió VV.
Che sonrió, casi para sí mismo.
—“Nunca termina bien. Pero lo importante es que, cuando termine, ellos sepan que nosotros también jugamos con las mismas reglas.”
Capítulo 6: De la Teoría a la Práctica
Después de desviar la atención de Cielo de Hierro, Che y VV se dieron cuenta de algo fundamental: si seguían defendiendo, perderían. La única manera de sobrevivir no era esquivar los golpes, sino pasar a la ofensiva. Pero el próximo movimiento debía ser calculado con la misma precisión quirúrgica que habían mostrado hasta ahora.
—“Tenemos que hacer algo que cambie las reglas del juego,” —dijo Che en uno de sus intercambios nocturnos.
—“¿Un ataque directo?” —preguntó VV, aunque conocía la respuesta.
Che negó con la cabeza.
—“No. Un ataque directo los pondría en guardia. Necesitamos algo más sutil, algo que les haga cuestionar toda su infraestructura.”
Fue entonces cuando se les ocurrió la idea: modificar un sistema propietario sin ser detectados, dejando una huella que no destruyera nada, sino que cambiara algo fundamental en el propio funcionamiento del sistema. Algo que demostraría que incluso los mecanismos de control más robustos podían ser manipulados.
El objetivo era claro: un dispositivo IoT de alta seguridad utilizado por varias empresas y gobiernos para gestionar sus redes internas. Era un dispositivo que se promocionaba como “infalible”, con certificaciones de seguridad de todo tipo. Pero Che y VV sabían la verdad: no había sistemas infalibles, solo sistemas que no habían sido atacados por el oponente adecuado.
—“No podemos romperlo,” —insistió Che—. “Tiene que ser algo más… educativo. Algo que enseñe a todos los que lo usan cuán frágil es realmente.”
El Plan: La Lección de Inferno
VV propuso una idea que al principio pareció absurda: incrustar un fragmento de código del antiguo sistema operativo Inferno en la infraestructura del dispositivo. Era un pequeño “hello world” que pasaría desapercibido para cualquiera que no supiera lo que estaba buscando. El propósito no era causar caos, sino mostrar a los verdaderos conocedores que alguien había estado allí, que incluso el código cerrado más robusto podía ser modificado con las herramientas adecuadas.
—“Es arriesgado,” —comentó Che.
—“Pero tiene estilo,” —respondió VV con un toque de orgullo en su voz—. “Además, será un guiño a Nemo. Inferno dentro de un sistema supuestamente perfecto. La ironía no podría ser mejor.”
Che no pudo evitar sonreír. Era exactamente el tipo de cosa que Nemo habría hecho. Un gesto que no dañaba, pero que dejaba una marca indeleble.
—“Hagámoslo,” —decidió Che finalmente.
La Operación de Inserción
El proceso fue meticuloso. VV diseñó una versión ultraligera del kernel de Inferno que podía encajar en cualquier espacio libre del sistema operativo del dispositivo. Modificaron las configuraciones para que el código se activara en condiciones específicas, solo visibles para un administrador con acceso a nivel raíz.
—“Nadie lo verá si no sabe dónde buscar,” —dijo VV mientras subía el código al entorno de pruebas.
—“Y si lo ven, entenderán el mensaje,” —añadió Che.
El siguiente paso fue la inserción. Usaron una brecha en el firmware del dispositivo, un pequeño error en la lógica de validación que permitía sobrescribir partes del sistema sin activar las alarmas. Un agujero que, según todos los reportes de seguridad, había sido “parcheado” hacía meses.
—“Nunca confíes en un parche que no has escrito tú mismo,” —murmuró Che al iniciar la operación.
VV rió brevemente al otro lado del canal de comunicación.
—“Deberíamos poner eso en nuestro manifiesto.”
En menos de una hora, el pequeño kernel de Inferno estaba dentro del dispositivo. Era un trabajo limpio, casi artístico. Un fragmento de código tan inofensivo que cualquiera podría haberlo pasado por alto. Pero ahí estaba, en la raíz de un sistema supuestamente impenetrable.
—“¿Y ahora qué?” —preguntó VV cuando finalizaron la inserción.
—“Ahora, dejamos que lo descubran,” —dijo Che.
La Reacción del Sistema
Pasaron días sin que nada ocurriera. Che y VV se mantuvieron en sus posiciones, monitoreando el tráfico, esperando la señal de que alguien había encontrado su pequeña joya. Pero el silencio persistió. Cielo de Hierro y las demás fuerzas del sistema no notaron nada fuera de lo común. Para ellos, todo seguía en orden.
—“Quizás nos subestimamos,” —comentó VV en tono de broma—. “Tal vez el sistema es más cerrado de lo que pensamos.”
—“No,” —respondió Che—. “Simplemente no están buscando en el lugar correcto.”
Fue al final de la segunda semana que recibieron la primera pista. Un pequeño foro de especialistas en sistemas de seguridad publicó un mensaje titulado: “Anomalía en dispositivos de red: ¿Quién juega con Inferno?”
El post estaba firmado por un usuario anónimo que afirmaba haber encontrado el pequeño fragmento de código en uno de los dispositivos de su empresa. No había pánico, no había alarma. Solo asombro y curiosidad. Otros usuarios respondieron rápidamente, algunos descartándolo como una “broma de mal gusto”, otros preguntándose qué significaba.
—“Ahora, es solo cuestión de tiempo,” —dijo Che con una sonrisa.
Durante las siguientes semanas, más informes comenzaron a aparecer. Administradores de sistemas en todo el mundo encontraron el mismo fragmento de Inferno en sus dispositivos. Al principio, lo ignoraron. Pero cuando se dieron cuenta de que estaba presente en más del 30% de los dispositivos, el tono de las discusiones cambió. Ya no era una curiosidad. Era una señal.
El revuelo en la comunidad de seguridad digital fue inmediato. ¿Cómo había ocurrido? ¿Quién había sido capaz de insertar el código en dispositivos tan robustos? Y, sobre todo, ¿qué significaba?
—“Hemos puesto una grieta en su castillo de cristal,” —murmuró VV mientras leía los comentarios en línea—. “Ahora están viendo cómo se desmorona.”
La Respuesta del Enemigo
No pasó mucho tiempo antes de que Cielo de Hierro volviera a entrar en escena. Pero esta vez, su enfoque había cambiado. Ya no buscaban a Che y VV directamente. Estaban demasiado ocupados tratando de entender cómo alguien había alterado un sistema que ellos mismos habían ayudado a diseñar.
—“Nos han dado exactamente lo que queríamos,” —dijo Che con una mezcla de satisfacción y alivio.
—“¿Más tiempo?” —preguntó VV.
—“No. La atención del público. Ahora todos están mirando. Ya no somos solo unos hackers más. Somos una amenaza real.”
Pero sabían que este era solo el comienzo. Cielo de Hierro no tardaría en recuperarse. La pregunta era: ¿qué harían cuando volvieran a centrarse en ellos?
—“Vamos a necesitar más que un pequeño ‘hello world’ la próxima vez,” —dijo VV.
Che asintió, mirando la pantalla con expresión pensativa.
—“Sí,” —respondió lentamente—. “La próxima vez, vamos a mostrarles todo el código.”
Capítulo 7: Una Ciudad, Dos Fantasmas
Era la primera vez que Che y VV se verían cara a cara. Habían trabajado juntos durante casi un año, y aún no se conocían físicamente. Pero ahora, las circunstancias habían cambiado. Después de su último golpe, Che decidió que ya no podían seguir operando desde las sombras por separado. La presión de Cielo de Hierro estaba aumentando y necesitaban replantearse su estrategia.
El lugar que eligieron para encontrarse fue todo menos convencional: un concierto de hip hop en Madrid, en un club subterráneo lleno de grafitis y luces parpadeantes. Un lugar donde el ritmo de la música hacía vibrar las paredes y donde las palabras crudas y afiladas de los raperos resonaban con la furia de quienes no tenían nada que perder.
Tote King estaba en el escenario, desgranando rimas con una intensidad que hacía vibrar el suelo bajo sus pies. La sala estaba abarrotada, el aire cargado de humo y adrenalina. Che llegó temprano, vestido con una chaqueta negra y una gorra que cubría parte de su rostro. Se mezcló entre la multitud, moviéndose con calma, observando cada rincón del lugar.
Por un momento, se preguntó si VV realmente vendría. Habían acordado encontrarse allí, pero VV era paranoico por naturaleza. Confiaba en Che, pero eso no significaba que se sintiera cómodo exponiéndose. Y en este entorno, incluso un pequeño error podía resultar peligroso.
El Encuentro
El primer indicio de que VV estaba allí fue un mensaje en su teléfono: “Al fondo, junto al altavoz izquierdo.”
Che levantó la vista y lo vio. VV estaba de pie, apoyado contra la pared, con una camiseta negra y jeans gastados. No era lo que Che había imaginado. Parecía más joven, menos intimidante. Pero había algo en su postura, una especie de energía contenida, que revelaba su verdadera naturaleza.
Che se abrió paso entre la multitud hasta llegar a él.
—“Así que… aquí estamos,” —dijo Che, sonriendo de medio lado.
VV lo miró por un segundo, como si evaluara cada palabra, cada movimiento.
—“Sí,” —respondió finalmente—. “Es raro verte en tres dimensiones.”
Che soltó una breve carcajada.
—“La última vez que alguien dijo eso, estaba delante de un espejo.”
VV sonrió, un gesto pequeño pero sincero.
—“¿Y ahora qué? ¿Nos damos la mano y hacemos un juramento de hackers?”
—“No, hoy solo somos dos tipos disfrutando del hip hop,” —dijo Che con tono despreocupado—. “Pero ya que estamos aquí, tenemos un visitante.”
VV levantó una ceja, desconcertado.
—“¿Visitante?”
Che asintió, señalando discretamente al escenario. En ese momento, un tipo de complexión robusta, con barba y gorra de lana, subió junto a Tote King. El público estalló en vítores. VV tardó un segundo en reconocerlo, pero cuando lo hizo, sus ojos se abrieron con sorpresa.
—“¿Shame?”
Shame y el Rey de las Cantinas
El rapero tomó el micrófono y comenzó a soltar versos con la facilidad de quien ha pasado toda su vida en la batalla de las palabras. Su voz era grave, poderosa, y llenaba cada rincón del club con una presencia casi física. El público coreaba cada rima, moviéndose al compás de la música como un solo cuerpo.
Che observó a VV. Sabía que ambos compartían la pasión por el hip hop, pero ver a Shame en persona era algo diferente. Algo casi simbólico. Shame era más que un rapero; era una figura de resistencia, alguien que había hablado en nombre de los que no tenían voz. Y ahora estaba allí, delante de ellos, cantando sobre la lucha y la opresión con una intensidad que resonaba profundamente en su misión.
Cuando la canción terminó, Shame se quedó un momento en silencio, mirando al público. Luego, como si los buscara, sus ojos se dirigieron hacia donde estaban Che y VV. Fue un vistazo rápido, casi imperceptible, pero Che supo en ese instante que los había reconocido.
Después del concierto, Che y VV se quedaron en la esquina, esperando a que la multitud se dispersara. Shame bajó del escenario y se dirigió directamente hacia ellos. Sin decir palabra, se quedó un momento mirándolos, como si los evaluara. Luego, sonrió.
—“Sois buenos con las palabras, pero mejores con el código, ¿eh?”
Che y VV intercambiaron miradas. La pregunta era más que retórica; Shame sabía quiénes eran.
—“Solo somos dos tíos que saben algo de informática,” —respondió Che con calma.
Shame negó con la cabeza.
—“No, sois algo más. Lo que hicisteis con ese dispositivo… está en boca de todos. Os están buscando, ¿sabéis?”
VV asintió lentamente.
—“Sí. Y no tardarán en encontrarnos si seguimos actuando como hasta ahora.”
Shame se echó a reír. Era un sonido bajo, casi gutural.
—“Lo que tenéis que hacer es seguir moviéndoos. No pueden atrapar algo que nunca se queda quieto.” Luego hizo una pausa y los miró con intensidad—. “Pero no paréis. Haced que les duela cada vez que respiren.”
El consejo era simple, casi crudo, pero Che sintió una oleada de energía recorrer su cuerpo. Había algo en la manera en que Shame lo dijo, en el tono de su voz, que le recordó a Nemo. Un fuego que quemaba con la intensidad de la convicción.
—“Entonces… ¿seguimos adelante?” —preguntó VV.
Shame sonrió.
—“No paréis. Pero esta vez, no solo por vosotros. Hay gente ahí fuera que empieza a mirar lo que hacéis. Gente que empieza a creer que es posible algo distinto.”
Che asintió lentamente. Sabía lo que significaba. Estaban en un punto de no retorno. Lo que había comenzado como una misión personal ahora tenía ramificaciones más grandes. Si seguían adelante, no podían fallar.
—“¿Qué dices?” —preguntó Che, mirando a VV.
El programador lo miró fijamente durante un largo momento, sopesando cada palabra. Luego, extendió la mano.
—“A ganar.”
Shame los observó y, sin previo aviso, los rodeó con un brazo, llevándolos hacia la puerta trasera del club.
—“Venga, vamos al Rey de las Cantinas. Esto hay que celebrarlo.”
Un Brindis por la Lucha
El Rey de las Cantinas era un bar pequeño y ruidoso, con paredes de ladrillo y luces tenues. La atmósfera era relajada, casi íntima. Allí, sentados en una mesa apartada, Shame pidió tres cervezas y brindaron en silencio.
—“No soy de dar discursos,” —dijo Shame después de un largo trago—, “pero os diré esto: el sistema siempre va a ganar si jugáis a sus reglas. No juguéis a sus reglas. Creádlas vosotros.”
Che y VV intercambiaron miradas. Las palabras de Shame eran como una guía, un mantra para lo que vendría después.
—“Y cuando escribáis la nueva historia,” —añadió Shame con una sonrisa ladeada—, “aseguraos de que os la folláis primero.”
Los tres rieron. Era un momento extraño, casi surrealista, pero también poderoso. El tipo de momento que permanecería con ellos cuando volvieran a sumergirse en la oscuridad de la guerra digital.
—“Por la libertad,” —dijo Che finalmente, levantando su cerveza.
—“Por el caos,” —añadió VV.
Shame sonrió y levantó su vaso.
—“Por la victoria.”
Capítulo 8: El Rey de las Cantinas
El Rey de las Cantinas era uno de esos lugares que solo los verdaderos amantes del hip hop conocían. No tenía cartel en la entrada ni publicidad en las redes. Era un refugio, un santuario para quienes buscaban algo más que música: buscaban comunidad. Los grafitis en las paredes contaban la historia de batallas líricas y noches interminables de freestyle. Los nombres de MCs y DJs legendarios estaban escritos con letras grandes y estilizadas. Che y VV se sintieron casi insignificantes bajo esas paredes llenas de recuerdos de luchas y victorias.
Shame había pedido la mesa más apartada del local, justo al lado de un pequeño escenario cubierto de instrumentos, como si el lugar esperara a que en cualquier momento alguien decidiera retomar la batalla de rimas. Las cervezas llegaron, y Shame las miró en silencio durante un momento antes de tomar un largo trago.
—“Es curioso,” —dijo finalmente, dejando el vaso con un golpe suave en la mesa—. “La gente piensa que todo se trata de gritar más fuerte, de lanzar el puñetazo más potente. Pero en realidad, lo que más miedo les da no es que gritemos… es que hablemos.”
VV levantó una ceja, interesado.
—“¿Hablar?”
—“Sí. Cuando gritas, pueden hacerte callar. Pero cuando hablas, cuando dices algo que realmente cala hondo… eso se queda. No pueden borrarlo, no pueden silenciarlo. Les jode porque cambia a la gente desde dentro.”
Che asintió lentamente. Había verdad en esas palabras. Era el mismo principio que aplicaba al código: cuando liberaban conocimiento, cuando exponían la verdad de cómo funcionaba el sistema, no podían borrar ese impacto. Los usuarios que veían lo que ocurría ya no podían cerrar los ojos. Y esa era la verdadera arma.
El Mensaje Detrás del Caos
—“Ese ataque que hicisteis en el sistema de IoT… ¿por qué Inferno?” —preguntó Shame, apoyándose en la mesa y mirando a Che con curiosidad—. “Podríais haber insertado cualquier cosa. ¿Por qué elegisteis un código tan antiguo?”
Che intercambió una mirada rápida con VV antes de responder.
—“Inferno es una reliquia,” —dijo Che con calma—. “Pero es más que eso. Es una declaración. Inferno fue diseñado para ser abierto, para permitir que cualquiera entendiera lo que estaba pasando bajo la superficie. Pero cuando lo pones dentro de un sistema cerrado, el contraste es tan brutal que deja en evidencia la falsedad del control.”
Shame asintió lentamente, como si estuviera absorbiendo cada palabra.
—“Es como cuando sueltas una rima en medio de una mentira,” —dijo con una sonrisa—. “No necesitas gritar. Solo necesitas decir la verdad con claridad.”
Che se echó hacia atrás, pensando en ello. El ataque no había sido un intento de causar daño. Era un mensaje, un recordatorio para cualquiera que lo descubriera: los muros del sistema no eran tan sólidos como creían.
—“Y ahora estáis en la mira de todos,” —continuó Shame, bajando la voz—. “Cielo de Hierro, las corporaciones… hasta algunos gobiernos han empezado a hacer preguntas. ¿Qué vais a hacer cuando vengan a buscaros?”
—“No lo harán,” —dijo VV con confianza—. “No aún. No saben dónde estamos.”
—“Y si lo supieran, les costaría más de lo que ganarían,” —añadió Che.
Shame sonrió.
—“Esa es la actitud. Pero recordad: no podéis estar en todas partes. En algún momento, alguien se acercará demasiado.”
El silencio cayó sobre la mesa por un momento. Era la primera vez que alguien decía lo que los dos sabían pero no se atrevían a admitir. Estaban jugando un juego peligroso, y la única manera de ganar era seguir adelante, sin detenerse.
—“¿Y si lo hacen?” —preguntó VV, como si realmente quisiera saber la respuesta.
Shame se inclinó hacia delante, apoyando los codos en la mesa.
—“Si lo hacen, recordad esto: las palabras son solo palabras hasta que alguien decide escucharlas. Haced que les importe lo que decís. Y, sobre todo, haced que sea imposible ignoraros.”
Los Planes para el Futuro
—“¿Y qué sugieres?” —preguntó Che, levantando la mirada para ver la reacción de Shame.
El rapero sonrió y sacó un pequeño cuaderno del bolsillo de su chaqueta. Lo dejó sobre la mesa con cuidado, como si contuviera algo precioso. Che lo miró con curiosidad antes de abrirlo. Dentro, había notas, esquemas y diagramas de redes. Pero lo que más llamó su atención fue una lista de nombres.
—“Estos son los tipos que están detrás de Cielo de Hierro,” —dijo Shame en voz baja—. “No son solo hackers. Son financiadores, políticos, tipos con poder real. Si queréis manteneros a salvo, tenéis que jugar a su nivel.”
VV hojeó el cuaderno con rapidez, sus ojos recorriendo cada línea como si fuera código fuente.
—“¿De dónde sacaste esto?” —preguntó finalmente, sin levantar la vista.
—“Amigos en lugares oscuros,” —respondió Shame con una sonrisa torcida—. “Ellos también tienen sus guerras. Pero no pueden hacer lo que vosotros hacéis. Quieren que alguien mueva el tablero.”
—“¿Y nosotros somos ese alguien?” —preguntó Che.
—“Sois los que tienen el valor de intentarlo. Ellos no.”
Che cerró el cuaderno lentamente, procesando la información. Si lo que Shame decía era cierto, Cielo de Hierro no era solo una organización digital. Era un monstruo con tentáculos en el mundo real. Atacarlos directamente significaría desatar una guerra a gran escala.
—“Entonces, no vamos a atacar sus sistemas,” —dijo finalmente, mirando a VV.
—“No,” —asintió VV—. “Vamos a atacar su narrativa.”
Shame levantó su vaso y brindó con ellos.
—“Por eso me gustáis. No sois como los demás. Hacéis que parezca tan sencillo…”
Che levantó su vaso, y VV lo siguió.
—“Sencillo no significa fácil,” —dijo Che—. “Pero es el único camino que conocemos.”
Shame los observó en silencio por un momento, luego se levantó de la mesa.
—“Os estaré observando. No sé en qué acabará esto, pero pase lo que pase, dadles guerra.”
—“Lo haremos,” —dijo VV con un tono de acero en la voz.
Shame asintió, dándoles una última mirada antes de perderse entre la multitud del bar. Che y VV se quedaron en silencio, contemplando las implicaciones de lo que acababan de recibir.
—“Esto cambia todo,” —murmuró VV, mirando el cuaderno.
—“Sí,” —dijo Che lentamente—. “Pero no de la manera que creen.”
Levantó el vaso y lo sostuvo en el aire, mirando a VV con una mirada cargada de determinación.
—“Por la próxima jugada,” —dijo en voz baja.
VV sonrió.
—“Por el caos.”
Capítulo 9: La Conexión con UTAI SOFTWARE
Mientras las luces del Rey de las Cantinas se desvanecían detrás de ellos, Che y VV caminaron por las calles de Madrid en silencio. La ciudad tenía ese brillo melancólico de las madrugadas, donde todo parecía posible y peligroso al mismo tiempo. A pesar del encuentro con Shame, sabían que su verdadera batalla estaba lejos de los escenarios y los bares. Estaba en el mundo digital, un lugar donde cada línea de código era un campo de batalla y cada operación exitosa era una victoria efímera.
Después de su primera misión, Che y VV comprendieron que necesitaban algo más. La información que Shame les había entregado era poderosa, pero también peligrosa. Atacar a Cielo de Hierro directamente significaba enfrentarse no solo a un grupo de hackers, sino a un entramado de poder e influencia que abarcaba desde los consejos de administración hasta despachos gubernamentales. Si querían sobrevivir, tendrían que apoyarse en algo más grande que ellos mismos.
Por suerte, ya lo tenían: UTAI SOFTWARE.
El Refugio de la Resistencia
UTAI SOFTWARE no era solo una organización; era un ideal. Fundada como un santuario para aquellos que creían en la libertad del conocimiento, se mantenía en la línea entre lo visible y lo invisible. Oficialmente, era una pequeña empresa tecnológica, dedicada al desarrollo de soluciones de software abierto. Pero para quienes conocían sus verdaderas operaciones, era una red subterránea de colaboradores, hackers, ingenieros y activistas digitales.
El acceso a UTAI no era sencillo. Solo unos pocos privilegiados conocían su estructura interna y su modus operandi. La mayoría de sus miembros operaban de manera independiente, colaborando en proyectos sin saber realmente quién estaba al mando. Todo estaba diseñado para proteger a la organización de los ojos vigilantes del sistema.
Che había sido uno de los primeros en unirse. Fue en los primeros días de UTAI, cuando la idea de la resistencia digital aún era incipiente. Con el tiempo, ascendió hasta convertirse en uno de los arquitectos principales de la red, responsable de coordinar las operaciones más delicadas y mantener la infraestructura segura. Había reclutado a VV porque sabía que su talento era la pieza que faltaba para llevar a cabo algo más grande que cualquier cosa que hubieran hecho antes.
Ahora, sin embargo, estaban en una encrucijada. Operar de manera independiente había sido su ventaja. Pero, con Cielo de Hierro respirándoles en la nuca, necesitaban el apoyo de la red de UTAI para ejecutar su próximo movimiento.
La Sede Descentralizada
El contacto con UTAI no era tan simple como hacer una llamada o enviar un mensaje. Las comunicaciones internas estaban protegidas por múltiples capas de cifrado y autenticación. Para contactar a la red, Che y VV tuvieron que moverse por una serie de túneles digitales, pasando por servidores intermediarios y utilizando códigos compartidos solo por los miembros de mayor confianza.
Finalmente, después de horas de maniobras, lograron acceder a la sala de control virtual de UTAI: una interfaz sencilla pero elegante, con pantallas que mostraban flujos de datos en tiempo real y un mapa interactivo de todos los nodos de la organización.
—“¿Con quién hablamos?” —preguntó VV, observando el mapa con atención.
Che tecleó un comando y apareció una ventana de chat cifrada.
—“Con el Consejo,” —respondió en voz baja.
El Consejo era el núcleo de UTAI. Un grupo de seis personas que dirigían las operaciones más importantes de la organización. No tenían nombres ni rostros conocidos; solo se identificaban por sus alias: Helios, Gaia, Prometeo, Atenea, Quiron y Caos. Cada uno tenía una función específica dentro de la estructura de UTAI, desde la supervisión de la seguridad hasta la gestión de las relaciones externas.
Una luz parpadeó en la pantalla cuando Helios aceptó la conexión.
—“Che,” —la voz sintetizada de Helios resonó a través del canal—. “Lleváis tiempo sin contactar. ¿Cuál es la situación?”
Che resumió rápidamente todo lo que había ocurrido desde el ataque al sistema IoT hasta el encuentro con Shame. Explicó la amenaza de Cielo de Hierro, el cuaderno con los nombres y su intención de contraatacar.
—“Esto ha crecido más de lo que esperábamos,” —dijo finalmente—. “Necesitamos más recursos si queremos ganar.”
Hubo un largo silencio. Las luces en la pantalla parpadearon a medida que el Consejo discutía en canales que Che y VV no podían ver. Finalmente, la voz de Gaia interrumpió la espera.
—“Estás pidiendo que expongamos a UTAI a un conflicto directo con Cielo de Hierro. ¿Estás seguro de que puedes controlar la situación?”
Che miró a VV antes de responder.
—“No,” —admitió—. “No puedo. Pero podemos hacerles más daño del que ellos nos harán a nosotros.”
La voz de Prometeo, más grave y fría, resonó a continuación.
—“¿Cuál es tu plan?”
La Propuesta
—“Vamos a desmantelar su red, nodo a nodo,” —dijo Che con firmeza—. “Vamos a exponer sus comunicaciones internas, sus financiamientos, sus aliados. Pero no podemos hacerlo desde la periferia. Necesitamos infiltrarnos.”
VV levantó la vista hacia la pantalla, comprendiendo lo que Che estaba proponiendo. No era solo un hackeo más. Era una invasión. Una guerra digital a gran escala.
—“¿Quieres infiltrar la infraestructura de Cielo de Hierro?” —preguntó Atenea, con un tono que no dejaba claro si estaba impresionada o alarmada.
—“Sí,” —dijo Che, sin vacilar—. “Y para eso, necesitamos acceso a los recursos de UTAI. Necesitamos apoyo logístico, nuevos nodos y, sobre todo, necesitamos a los mejores operativos que tengáis.”
El silencio volvió a caer en la sala virtual. Che y VV esperaron, observando las luces que parpadeaban a medida que el Consejo deliberaba.
Finalmente, fue la voz de Caos la que rompió el silencio.
—“¿Por qué deberíamos arriesgarlo todo por esto?”
Che tomó aire lentamente, eligiendo sus palabras con cuidado.
—“Porque Cielo de Hierro no es solo una amenaza para nosotros. Si los dejamos seguir, se convertirán en el arma perfecta para destruir todo lo que UTAI representa. Cerrarán el acceso al conocimiento, controlarán la narrativa digital y borrarán cualquier intento de resistencia antes de que siquiera comience.”
Hubo una pausa. Che sabía que sus palabras habían tocado un nervio sensible. Durante años, UTAI había luchado contra pequeñas amenazas, manteniéndose en la sombra para evitar confrontaciones directas. Pero si Cielo de Hierro ganaba, todo por lo que habían trabajado desaparecería.
—“Tienes acceso a los recursos de UTAI,” —dijo finalmente Helios—. “Pero si fallas, estarás solo. No habrá ayuda, no habrá rescate. ¿Entendido?”
—“Entendido,” —respondió Che con firmeza.
—“Buena suerte, Che. Y a ti también, VV,” —dijo Gaia suavemente antes de desconectar.
La pantalla se apagó, dejándolos en la oscuridad.
El Nuevo Orden de Batalla
Che cerró la conexión y se volvió hacia VV.
—“Bueno, ahora sí estamos metidos hasta el cuello.”
VV sonrió, esa sonrisa pequeña y oscura que solo aparecía cuando las cosas se volvían realmente interesantes.
—“Me gusta. Hora de enseñarles lo que es el verdadero caos.”
Capítulo 10: La Filosofía del Caos Constructivo
El silencio en la pequeña habitación donde Che y VV operaban parecía vibrar con una energía latente. Era un espacio austero, sin adornos, con solo lo esencial: ordenadores, servidores y paredes cubiertas de esquemas y diagramas. La noche había caído, pero para ellos el tiempo no existía. A su alrededor, las líneas de código en las pantallas se movían como si tuvieran vida propia, reflejando el movimiento frenético de sus mentes.
Después de la conversación con el Consejo de UTAI, sabían que no había vuelta atrás. El plan era ambicioso, incluso peligroso: un ataque a la infraestructura central de Cielo de Hierro para exponer no solo su red, sino su propia filosofía de control. Pero este golpe no podía ser simplemente una demostración de fuerza. Tenía que ser un mensaje.
—“Tenemos que hacer algo más que hackear sus sistemas,” —dijo Che, rompiendo el silencio mientras escribía en la pantalla. “Tenemos que demostrar que sus cimientos son falsos.”
VV se reclinó en su silla, contemplando las líneas de código que aparecían y desaparecían en su monitor.
—“¿Te refieres a exponer su arquitectura digital?”
—“Más que eso. Tenemos que reescribirla. Transformar su propio entorno en algo que refleje lo contrario de lo que defienden.”
VV levantó una ceja, intrigado. Era una idea radical, incluso para ellos.
—“¿Quieres usar su propio sistema en su contra?”
Che asintió lentamente.
—“Exacto. Vamos a convertir su red en un ejemplo vivo de lo que significa el caos constructivo.”
El Concepto del Caos Constructivo
El caos constructivo no era solo un concepto filosófico; era una forma de ver el mundo digital. Para Che, el orden rígido de las corporaciones y los sistemas propietarios era como un castillo de naipes: se mantenía en pie solo porque nadie osaba tocarlo. Pero si se alteraba un solo componente, si se introducía un elemento inesperado, todo el equilibrio se rompía. Y en medio de la destrucción, nacía algo nuevo.
—“Cuando Nemo nos enseñó Inferno, no era solo un sistema operativo,” —dijo Che, con la mirada perdida en los recuerdos—. “Era una manera de mostrar cómo las cosas podían ser diferentes. Cómo el control total era una ilusión.”
—“¿Quieres replicar Inferno dentro de Cielo de Hierro?” —preguntó VV, aún procesando la magnitud de la propuesta.
—“No Inferno como tal,” —corrigió Che—. “Pero un sistema similar. Algo que se apodere de su infraestructura y la transforme en algo que no puedan reconocer, que no puedan controlar. Un entorno que se adapte, que crezca, que se libere de sus cadenas.”
VV miró a Che en silencio. La idea era atrevida, incluso visionaria. Pero también era un reto técnico enorme. Crear un sistema que pudiera integrarse en la red de Cielo de Hierro y transformarla sin que se dieran cuenta requeriría más que habilidad; requeriría genio.
—“Eso va a necesitar tiempo,” —dijo finalmente.
—“Lo tenemos,” —respondió Che con calma—. “Ellos creen que estamos huyendo, que somos unos hackers más intentando protegernos. No se imaginan que estamos construyendo algo dentro de sus propios muros.”
Diseñando el Entorno del Caos
Pasaron las siguientes semanas sumidos en el trabajo. Cada línea de código, cada segmento del nuevo sistema, fue diseñado para mimetizarse con el entorno de Cielo de Hierro. El núcleo de su creación era un sistema operativo modificado, un híbrido de Inferno y otras arquitecturas abiertas, diseñado para evolucionar y adaptarse a cualquier entorno en el que se introdujera.
—“¿Cómo vamos a llamarlo?” —preguntó VV una noche mientras revisaban las especificaciones finales.
Che se quedó pensando un momento. Sabía que necesitaban un nombre que capturara la esencia de lo que estaban haciendo: algo que reflejara tanto su origen como su propósito.
—“Pandemonium,” —dijo finalmente—. “El lugar de todos los demonios.”
VV sonrió.
—“Perfecto.”
Pandemonium no era un sistema operativo en el sentido convencional. Era un entorno de caos constructivo diseñado para infiltrarse en la estructura de control de Cielo de Hierro y convertirla en algo fluido, algo que ya no respondiera a las órdenes de sus creadores. Su código estaba lleno de algoritmos adaptativos, capaces de modificar la lógica interna de los nodos de la red para que comenzaran a operar de manera autónoma, sin seguir las directrices predefinidas.
—“Esto es más que un virus,” —murmuró VV mientras observaba la estructura final—. “Es una criatura viva.”
—“Exactamente,” —asintió Che—. “Y cuando lo soltemos, crecerá hasta que ellos mismos no sepan cómo detenerlo.”
La Infiltración de Pandemonium
El momento de la verdad llegó al cabo de un mes. Habían esperado pacientemente a que Cielo de Hierro redujera su vigilancia, ocultándose bajo capas de protección y operando con la mayor discreción posible. Ahora, con las defensas enemigas relajadas, era el momento de actuar.
—“¿Estás listo?” —preguntó Che, sus dedos temblando levemente sobre el teclado.
VV tomó aire, centrando toda su atención en la pantalla.
—“Sí. Vamos a liberar al demonio.”
Che ejecutó el primer comando, enviando a Pandemonium hacia el nodo central de Cielo de Hierro. El programa se deslizó a través de las defensas sin ser detectado, ocultándose como un polizón dentro de un sistema de mantenimiento rutinario. Una vez dentro, comenzó a replicarse, extendiendo pequeñas modificaciones por toda la red.
La magia de Pandemonium no residía en su capacidad destructiva, sino en su sutileza. En lugar de destruir o alterar el funcionamiento básico de la red, empezaba a transformar sus nodos, haciendo que funcionaran de manera independiente. Cada nodo infectado comenzaba a comunicarse con los demás de formas que los administradores de Cielo de Hierro no podían prever ni controlar.
En cuestión de horas, Pandemonium había tomado el control de casi un tercio de la red.
—“¿Lo detectaron?” —preguntó Che, observando los logs en tiempo real.
—“No todavía,” —respondió VV, con la mirada fija en las pantallas—. “Pero es cuestión de tiempo.”
Pandemonium estaba diseñado para volverse más visible a medida que ganaba terreno. Era como una pequeña rebelión interna que, cuanto más crecía, más difícil se hacía de ocultar. Los administradores de Cielo de Hierro comenzaron a notar comportamientos extraños: servidores que respondían con comandos imprevistos, nodos que se negaban a aceptar las órdenes centrales. Los logs internos se llenaron de errores que nadie podía explicar.
—“Esto es solo el comienzo,” —murmuró Che, con una sonrisa torcida—. “En unos días, el caos será absoluto.”
El Efecto Pandemonium
Pandemonium no se limitó a transformar la red. Comenzó a modificar los flujos de información, alterando los mensajes que se enviaban entre los diferentes departamentos de Cielo de Hierro. Las órdenes internas se mezclaban y distorsionaban. Los reportes de seguridad se enviaban a direcciones equivocadas. El control se desmoronaba desde dentro.
Finalmente, una semana después de la infiltración, la red de Cielo de Hierro colapsó. Los administradores intentaron detener a Pandemonium, pero cada vez que creían haber contenido la infección, el sistema se reorganizaba de maneras impredecibles. Era como luchar contra un enemigo que no dejaba de cambiar de forma.
—“Nos hemos convertido en el caos que no pueden controlar,” —dijo Che, observando cómo Cielo de Hierro luchaba desesperadamente por recuperar su red.
—“Ahora todo el mundo verá lo que realmente son,” —añadió VV, con una chispa de satisfacción en la mirada.
Cielo de Hierro no tuvo más remedio que apagar gran parte de su red para detener la infección. Pero para entonces, ya era demasiado tarde. Los secretos de la organización habían quedado expuestos. Sus comunicaciones internas, sus acuerdos clandestinos, incluso los nombres de sus financiadores, comenzaron a aparecer en foros y sitios de activismo digital.
Pandemonium había hecho su trabajo.
—“Hemos reescrito su historia,” —dijo Che en voz baja.
VV asintió.
—“Y no hay vuelta atrás.”
Capítulo 11: El Enemigo Responde
El ataque de Pandemonium fue un éxito, pero el caos que desató trajo consecuencias inesperadas. La red de Cielo de Hierro quedó desmantelada, expuesta a los ojos del mundo. Los foros y sitios de noticias digitales se llenaron de detalles sobre la organización: nombres de ejecutivos, políticos corruptos y conexiones con gobiernos de todo el mundo. Era más de lo que Che y VV habían anticipado. No solo habían atacado una red; habían encendido una mecha que podría quemar algo mucho más grande.
Al principio, las reacciones fueron predecibles. Cielo de Hierro intentó contener el daño, negando las filtraciones y asegurando que todo era parte de un montaje. Pero pronto, la verdad comenzó a aflorar. Los nombres que aparecieron en los documentos eran reales, y las conexiones mostraban un entramado de influencia que iba mucho más allá de lo digital.
—“Hemos tocado a los peces gordos,” —murmuró Che mientras observaba las noticias en una pantalla secundaria.
—“Y nos van a buscar,” —respondió VV con calma, sin apartar la vista de su propio monitor.
Durante las siguientes horas, sus predicciones se hicieron realidad. Los nodos de la red de UTAI comenzaron a sufrir ataques. Eran asaltos precisos, coordinados, diseñados para localizar y desactivar a los operativos de la organización. Pero no venían de Cielo de Hierro. Eran diferentes, más sofisticados.
—“Esto no es Cielo de Hierro,” —dijo VV, observando los patrones de ataque con detenimiento—. “Esto es otra cosa.”
Che asintió, su rostro ensombrecido.
—“Es el NCNI.”
El NCNI en la Ecuación
El National Center for National Intelligence no era un enemigo que se pudiera tomar a la ligera. A diferencia de Cielo de Hierro, sus métodos no eran puramente digitales. Utilizaban las herramientas del Estado: vigilancia, intervención de comunicaciones y, si era necesario, operativos en el terreno.
Che y VV sabían que habían cruzado un umbral. Lo que había comenzado como una misión para exponer a una red corrupta había llamado la atención de los servicios de inteligencia. Y estos no buscaban simplemente destruirlos; querían capturarlos.
—“Van a intentar reclutarnos,” —dijo Che con una calma que contrastaba con la situación.
VV frunció el ceño, incrédulo.
—“¿Reclutarnos? ¿Por qué harían eso?”
—“Porque les hemos demostrado que somos capaces de hacer lo que ellos no pueden.” Che cerró el monitor y se giró hacia su compañero—. “Para ellos, no somos enemigos; somos recursos.”
VV se quedó en silencio, procesando la idea. Che tenía razón. El NCNI no intentaría destruirlos si podía utilizarlos para su propio beneficio. Pero eso significaba que estaban en peligro real. Si el NCNI los capturaba, desaparecerían. No habría juicio ni prensa. Solo oscuridad.
—“Entonces… ¿qué hacemos?”
Che se levantó, sus ojos brillando con una intensidad que VV no había visto antes.
—“Tú te vas a desaparecer por un tiempo.”
—“¿Y tú?”
—“Tengo que hacer algo. No puedo explicarlo ahora, pero necesito que confíes en mí.”
VV lo miró fijamente, buscando alguna señal de duda en el rostro de su compañero. No encontró ninguna.
—“¿Qué vas a hacer?”
Che sonrió, una sonrisa pequeña y triste.
—“Voy a asegurarme de que, pase lo que pase, ellos no puedan usarme.”
Antes de que VV pudiera responder, Che se acercó al teclado y tecleó un comando que cortó la conexión de su terminal. El canal cifrado que compartían desapareció en un instante, dejando a VV solo en la sala de control virtual.
La Desaparición de Che
VV pasó la siguiente hora intentando reestablecer el contacto, pero fue inútil. Che había desaparecido de todas las redes de UTAI, cortando cada vínculo digital que los unía. No había rastros, no había pistas. Era como si nunca hubiera existido.
—“Maldito hijo de…” —murmuró VV, golpeando la mesa con frustración.
Se quedó mirando la pantalla vacía, su mente girando en espiral. No sabía qué hacer. Si el NCNI estaba realmente detrás de ellos, no podría enfrentarlos solo. Y ahora, sin Che, no tenía un plan.
Finalmente, después de horas de incertidumbre, se tomó un momento para respirar. Recordó las palabras de Shame en el Rey de las Cantinas: “No pueden atrapar algo que nunca se queda quieto.”
—“Tengo que moverme,” —se dijo a sí mismo.
Sin pensarlo más, cerró todos los sistemas, apagó los servidores y borró cualquier rastro de su presencia en la red de UTAI. Si Che había decidido desaparecer, él haría lo mismo… pero a su manera.
La Huida a la Playa
VV no era un hombre de acción. Siempre había preferido la lógica del código a las complicaciones del mundo real. Pero ahora, sin Che y con el NCNI en sus talones, sabía que la única manera de sobrevivir era convertirse en alguien irreconocible.
Pasó las siguientes 24 horas en un frenesí de actividad: cambió sus dispositivos, quemó sus identificadores digitales y utilizó sus últimas conexiones para conseguir un pasaporte falso. Para cuando el sol comenzaba a asomar por el horizonte, VV ya no existía. En su lugar, había un hombre nuevo, con una identidad nueva, preparado para desaparecer en el mundo físico.
Sin embargo, no se fue a un país lejano ni a una ciudad abarrotada. Eligió el lugar menos probable: una pequeña playa en la costa mediterránea, un pueblo olvidado donde el tiempo parecía detenerse. Alquiló una pequeña casa cerca del mar y, por primera vez en años, dejó de estar conectado.
No había ordenadores, no había monitores. Solo el sonido de las olas y el olor a sal.
—“Esto es temporal,” —se repetía a sí mismo mientras miraba las olas romper en la orilla—. “Solo hasta que se calmen las aguas.”
Pero, a medida que pasaban los días, la tranquilidad de la playa comenzó a infiltrarse en su mente. Dormía más de lo que había dormido en años. Se levantaba tarde, comía cuando quería y caminaba por la arena sin rumbo fijo. Era un mundo ajeno al caos digital en el que había vivido durante tanto tiempo.
Un día, mientras observaba el horizonte con una cerveza en la mano, se dio cuenta de algo sorprendente: por primera vez en su vida, se sentía libre.
—“Maldito Che,” —murmuró con una sonrisa torcida—. “Lo planeaste todo, ¿verdad?”
La sensación de libertad era embriagadora. Pero también lo era la incertidumbre. ¿Qué estaba haciendo Che? ¿Qué significaba su desaparición? VV sabía que su compañero no se iría sin un plan. Había algo más en juego, algo que aún no entendía.
—“No me dejes en la oscuridad demasiado tiempo, cabrón,” —susurró al aire.
Sin embargo, Che no apareció. Los días se convirtieron en semanas, y VV se perdió en la rutina de la playa, dejando que la arena y el mar erosionaran poco a poco sus preocupaciones.
Pero entonces, una mañana, encontró un sobre deslizado bajo la puerta de su casa. No tenía remitente, pero el simple hecho de verlo le heló la sangre. Lo abrió con manos temblorosas y encontró solo una nota escrita a mano:
“Cuando el mar esté en calma, el caos regresa a la orilla. Prepárate.”
VV cerró los ojos y suspiró profundamente. El juego no había terminado. Solo estaba en pausa.
—“Por supuesto,” —murmuró, mirando al horizonte con resignación—. “Por supuesto que esto no iba a durar.”
Se terminó la cerveza y lanzó la botella vacía al aire, viéndola desaparecer en la arena.
—“De vuelta al caos,” —dijo en voz baja, con una sonrisa amarga—. “De vuelta al maldito caos.”
Capítulo 12: El Regreso de VV
Los días de calma se convirtieron en un espejismo distante. El sobre que VV había encontrado bajo su puerta marcó el final de su descanso y el inicio de algo nuevo. Sabía que no podía quedarse quieto por mucho tiempo; Che había desaparecido por una razón, y si había dejado aquel mensaje, significaba que el momento de volver a la lucha estaba cerca.
El siguiente paso era claro: debía prepararse para lo que fuera que vendría. Pero esta vez, no como un simple programador oculto en la oscuridad, sino como alguien dispuesto a enfrentarse a lo que el sistema le lanzara. Aislado en su pequeño refugio junto al mar, VV empezó a reconstruir su arsenal digital desde cero, evitando cualquier conexión que pudiera delatar su posición. Se abasteció de hardware local, configuró nuevas máquinas y comenzó a diseñar el entorno perfecto para su próxima misión.
Sabía que pronto le llegaría alguna señal de Che, pero hasta entonces, la única opción era esperar y fortalecerse.
El Contacto Inesperado
Pasaron dos semanas antes de que algo cambiara. Una tarde, mientras miraba el atardecer desde la pequeña terraza de su casa, su teléfono móvil —el único dispositivo no conectado a su red digital— vibró. Al principio pensó que era un error, ya que nadie conocía ese número. Sin embargo, al desbloquear la pantalla, encontró un mensaje simple y directo:
“VV, te están observando. Hora de volver.”
La línea de texto estaba acompañada por un enlace a un chat cifrado, pero VV no lo abrió de inmediato. Miró a su alrededor con cautela, sintiendo que cada sombra y cada movimiento a lo lejos podrían ser ojos que lo espiaban. La paranoia se apoderó de él, pero respiró hondo y se obligó a centrarse. Che no le enviaría un mensaje a menos que fuera urgente.
Encendió uno de los portátiles que había configurado para emergencias y accedió al enlace a través de varias capas de protección y anonimato. La ventana del chat se abrió en silencio, mostrando una pantalla en negro con solo dos palabras en el centro:
“Cielo de Hierro.”
—“¿Che?” —escribió VV, conteniendo la respiración.
La respuesta tardó en llegar, pero finalmente apareció una línea de texto que lo hizo maldecir entre dientes:
—“No es Che. Somos nosotros. El NCNI.”
La Oferta del NCNI
El corazón de VV comenzó a latir con fuerza. Cerró los ojos por un momento, intentando controlar la ola de pánico que amenazaba con abrumarlo. ¿El NCNI? ¿Cómo habían dado con él? ¿Cómo habían conseguido rastrear su conexión?
—“No nos busques, porque no estamos donde piensas,” —apareció en la pantalla, como si hubieran leído sus pensamientos—. “No estamos aquí para atraparte, VV. Estamos aquí para hacerte una oferta.”
VV frunció el ceño. Era un truco, tenía que serlo. Pero, al mismo tiempo, la curiosidad lo empujó a seguir leyendo.
—“Te lo pondremos fácil,” —continuaron los mensajes—. “Tu compañero ha desaparecido, y tenemos motivos para creer que está vivo. Sabemos que te necesita. Y sabemos que ahora mismo estás solo.”
El estómago de VV se revolvió. Che… ¿vivo? Claro que estaba vivo. Tenía que estarlo. Pero, si el NCNI lo había encontrado, eso significaba que su desaparición había sido más compleja de lo que pensaba.
—“¿Qué quieres?” —escribió finalmente, sintiendo cómo sus dedos temblaban sobre el teclado.
—“Queremos lo mismo que tú,” —respondieron—. “Queremos a Cielo de Hierro fuera del juego. Pero para eso, necesitamos a alguien con tus habilidades.”
La propuesta cayó como un martillo en su mente. ¿El NCNI pidiendo ayuda? Eso no podía ser cierto. Pero, al mismo tiempo, no tenía razón para mentirle de esa manera. ¿O sí?
—“Si estás tan interesado en eliminar a Cielo de Hierro, ¿por qué no lo hacéis vosotros mismos?” —escribió VV con tono desafiante.
—“Porque nosotros jugamos con reglas. Vosotros no,” —respondió el mensaje de inmediato—. “Y si seguimos esas reglas, ellos siempre tendrán la ventaja. Pero tú… tú puedes moverte en lugares donde nosotros no podemos entrar.”
Hubo una pausa, y entonces apareció la línea que lo dejó helado:
—“Si aceptas, te ayudaremos a encontrar a Che.”
El mundo de VV se estrechó en ese momento. Todo lo demás se desvaneció. Las olas rompiendo en la playa, el sol que descendía lentamente… nada de eso importaba. Solo las palabras en la pantalla.
—“¿Cómo sé que no estáis mintiendo?”
—“No tienes manera de saberlo. Pero no tienes muchas opciones, ¿verdad?”
El golpe de realidad fue brutal. Tenían razón. Estaba solo, y cualquier intento de rastrear a Che sin ayuda era suicida. Si el NCNI quería encontrarlo, no había manera de que pudiera escapar. Pero, al mismo tiempo, entregarles el control significaría ponerse en manos del propio sistema al que había jurado combatir.
—“No puedo confiar en vosotros,” —escribió, sintiendo la frustración arder en su pecho.
La respuesta del NCNI fue directa:
—“No tienes que confiar en nosotros. Pero piensa en esto: si trabajas con nosotros, tendrás los recursos que necesitas para golpear a Cielo de Hierro donde más les duele. Si no lo haces, seguiremos adelante… con o sin ti. Y no habrá nadie para encontrar a Che.”
VV apretó los puños, luchando contra el impulso de destruir el portátil allí mismo. No podían tener razón. No podía simplemente entregarse. Pero, al mismo tiempo, si perdía esta oportunidad, Che podría estar perdido para siempre.
—“¿Cuál es el trato?” —preguntó finalmente, odiándose a sí mismo por cada palabra que escribía.
Hubo una breve pausa antes de que el mensaje final apareciera en la pantalla:
—“Vuelve a Madrid. Te daremos los detalles en persona. Y, VV… no intentes nada estúpido. Solo esta vez, estamos del mismo lado.”
La ventana del chat se cerró de golpe, dejándolo en la oscuridad. VV se quedó mirando la pantalla apagada, con la sensación de que el suelo se deslizaba bajo sus pies. El NCNI. Trabajar para el NCNI. ¿En qué momento se había torcido todo de esa manera?
Sabía lo que Che diría si estuviera allí: “Es una trampa. No les des nada. No confíes en ellos.”
Pero Che no estaba allí. Y si quería volver a verlo, tendría que hacer algo que jamás pensó que haría: colaborar con el enemigo.
—“Mierda,” —murmuró, cerrando el portátil con un golpe seco.
La playa ya no le ofrecía consuelo. El sonido de las olas se había convertido en un recordatorio constante de la presión que sentía. Pero no tenía elección. Si el NCNI quería jugar a ser aliados, tendría que seguirles la corriente… al menos por ahora.
—“Madrid, entonces,” —susurró, mirando una última vez el horizonte.
El descanso había terminado. Era hora de volver al juego.
Capítulo 13: El Retorno a Madrid
VV sintió el traqueteo del tren bajo sus pies mientras el AVE se deslizaba hacia la estación de Atocha. Los vagones estaban casi vacíos, un reflejo de la hora temprana y de su propia soledad. Había elegido el primer tren de la mañana para entrar en Madrid sin llamar la atención, y durante todo el trayecto había mantenido la cabeza baja, evitando miradas y conversaciones. Sin embargo, a medida que se acercaban a la ciudad, notó que su corazón comenzaba a latir con más fuerza.
Madrid. Hacía años que no volvía. Su vida se había reducido a servidores y redes en la oscuridad, sin contacto físico con el mundo real. Ahora, con el NCNI en el horizonte y Che desaparecido, pisar de nuevo las calles de la capital era casi surrealista. Pero no tenía otra opción. El juego había cambiado, y necesitaba moverse rápido si quería mantener algún control sobre su destino.
El AVE se detuvo suavemente, y el sonido de la voz femenina anunciando la llegada a Atocha resonó por los altavoces. VV se levantó lentamente, tomando su pequeña mochila —la única posesión que había traído consigo— y avanzó hacia la salida junto con los pocos pasajeros que descendían a esa hora.
Atocha. El nombre resonaba con un peso histórico que pocos lugares en España podían igualar. La última vez que había estado allí, la estación era solo un punto de tránsito, un lugar de paso para los miles de madrileños que se movían por la ciudad. Pero ahora, mientras bajaba del tren y caminaba por el andén, el recuerdo del 11-M se apoderó de él con fuerza.
Las imágenes de los atentados volvieron a su mente como un golpe seco: las explosiones, el humo, los gritos de terror y el dolor que había sacudido al país entero. Era imposible olvidar ese día, el horror de ver una de las estaciones más emblemáticas de Madrid convertida en un campo de batalla. VV no había estado allí en persona, pero las imágenes habían quedado grabadas en su memoria, como si formaran parte de él.
Se detuvo un momento en medio del andén, cerrando los ojos. Un pequeño gesto, insignificante para cualquiera que pasara a su lado. Pero, para él, era un tributo a las vidas que se habían perdido, a las almas de quienes nunca llegaron a su destino.
—“Que descansen en paz,” —murmuró en voz baja, inclinando la cabeza. No era un hombre religioso, pero sentía que era lo mínimo que podía hacer. Por un momento, todo lo demás —el NCNI, Che, Cielo de Hierro— quedó en segundo plano.
Abrió los ojos y respiró hondo, dejando que el peso de la memoria se desvaneciera lentamente. Había venido a Madrid con un propósito, y no podía permitirse desviar la atención. Se ajustó la mochila en el hombro y comenzó a caminar, sus pasos resonando en el suelo de la estación. Necesitaba un ordenador, uno que no estuviera conectado a su red ni a nada que pudiera delatarlo. Y sabía exactamente dónde encontrarlo.
Camino a Tirso de Molina
Salió de la estación y el frío aire matutino de Madrid lo recibió con un golpe helado. El bullicio de la ciudad aún no había despertado del todo, y las calles estaban casi vacías. Sin embargo, la tranquilidad era solo superficial; Madrid nunca dormía del todo. Había movimiento en las sombras, gente que vivía en los márgenes, y VV sabía que tenía que moverse con cuidado.
Se dirigió hacia el sur, caminando con paso firme hacia Tirso de Molina. Era un trayecto largo, pero no podía arriesgarse a tomar un taxi o un transporte público. Prefería perder algo de tiempo y mantener el anonimato. Mientras caminaba, sus ojos recorrían cada esquina, cada puerta y ventana, buscando cualquier señal de vigilancia.
A medida que se acercaba a su destino, la ciudad comenzó a cobrar vida. Los pequeños comercios abrían sus puertas, y el aroma del café recién hecho llenaba el aire. VV se detuvo un momento frente a una pequeña cafetería, observando cómo los primeros clientes entraban y salían, charlando con el camarero como si el mundo fuera un lugar seguro y predecible.
—“Ojalá fuera tan simple,” —murmuró para sí mismo, apartándose y continuando su camino.
Cuando llegó a Tirso de Molina, el sol apenas asomaba por el horizonte. El barrio tenía un aire diferente al resto de la ciudad: caótico, vibrante, con una mezcla de culturas y gentes que le daba un carácter único. No era el tipo de lugar donde la gente hacía demasiadas preguntas, y por eso lo había elegido.
Sabía que aquí, entre los mercadillos y las tiendas de segunda mano, encontraría lo que necesitaba. Había un pequeño local en una esquina, casi oculto tras un mural de grafiti, que vendía todo tipo de dispositivos electrónicos. El dueño era un tipo discreto, alguien que no se inmutaría si un desconocido le pedía un ordenador sin hacer preguntas.
La Búsqueda del Equipo
Entró en la tienda, y el timbre sobre la puerta resonó con un sonido agudo y anticuado. El interior estaba oscuro, con estantes llenos de cables, discos duros y portátiles de todas las marcas y tamaños. Al fondo, detrás de un mostrador abarrotado, el dueño levantó la vista de una revista y lo miró con una mezcla de aburrimiento y curiosidad.
—“¿Buscando algo específico?” —preguntó en tono monótono.
VV se acercó con calma, manteniendo la expresión neutral.
—“Necesito un portátil,” —dijo suavemente—. “Uno que no se pueda rastrear.”
El dueño lo miró por un momento, como evaluándolo. Luego, asintió lentamente y se giró para rebuscar en una pila de cajas apiladas en la esquina. Sacó un ordenador viejo, de aspecto desgastado, pero con una carcasa sólida.
—“Esto es lo mejor que tengo,” —dijo, colocándolo sobre el mostrador—. “Sin cámaras, sin GPS. Nada de extras. Es solo una máquina.”
VV examinó el portátil con ojo crítico. Era perfecto: suficientemente antiguo para pasar desapercibido, pero con el hardware adecuado para sus necesidades. Asintió y sacó un pequeño fajo de billetes de su mochila.
—“Me lo llevo.”
El dueño cogió el dinero sin pestañear, metiéndoselo en el bolsillo trasero de su pantalón.
—“Buena elección,” —dijo con una sonrisa casi imperceptible—. “Y… buena suerte.”
VV lo miró un momento, intrigado. El tipo parecía saber más de lo que dejaba ver, pero decidió no hacer preguntas. Asintió con la cabeza, recogió el portátil y salió de la tienda.
Ahora tenía lo que necesitaba. Un equipo nuevo, sin conexiones a su pasado. Pero aún faltaba algo más. Necesitaba saber qué estaba pasando realmente. Che seguía desaparecido, y el NCNI estaba jugando con él. Si quería ganar, tendría que ser más rápido y más listo.
Con el ordenador bajo el brazo, se dirigió hacia un pequeño café cercano. Sabía que allí podría conectarse a la red sin levantar sospechas. Solo necesitaba unos minutos para empezar a rastrear y encontrar las respuestas que buscaba.
—“Hora de volver al juego,” —murmuró para sí mismo mientras entraba en el café y se sentaba en una mesa apartada.
Encendió el portátil y observó cómo la pantalla cobraba vida lentamente. Había pasado mucho tiempo desde que había tenido que empezar desde cero, y la sensación era extrañamente revitalizante. Colocó sus dedos sobre el teclado y comenzó a teclear, sintiendo cómo la adrenalina volvía a inundar su sistema.
—“Vamos, Che,” —susurró, su mirada fija en la pantalla—. “Dame una señal…”
El juego había comenzado de nuevo.
Capítulo 14: La Mano del Enemigo
VV se sentó en la pequeña mesa del café, con el portátil recién adquirido frente a él. El lugar estaba casi vacío, con solo un par de clientes dispersos y un camarero que limpiaba las tazas detrás del mostrador. La atmósfera era tranquila, ideal para trabajar sin interrupciones. Con un café negro a un lado y los ojos fijos en la pantalla, VV comenzó a teclear comandos rápidos y precisos.
Había eliminado el sistema operativo predeterminado en cuestión de minutos, reemplazándolo con una versión mínima de Linux que él mismo había diseñado. Lo primero era asegurarse de que no había nada en el ordenador que pudiera rastrear su ubicación o actividad. La paranoia ya no era solo una opción: era una necesidad.
Pero cuando encendió la nueva terminal y comenzó a navegar, algo inesperado sucedió. La pantalla parpadeó, y una ventana emergente se abrió sin que él lo activara. Un mensaje apareció en el centro:
“Te tenemos, VV. ¿Listo para hablar?”
La sorpresa lo dejó paralizado. Durante un segundo, solo pudo observar la pantalla con incredulidad. ¿Cómo demonios habían dado con él tan rápido? Antes de que pudiera reaccionar, la ventana se amplió y una transmisión de texto en tiempo real comenzó a aparecer.
—“Pensé que eras más cuidadoso,” —decía la primera línea.
VV apretó los dientes, luchando contra el impulso de cerrar el ordenador de un golpe. La calma, se dijo a sí mismo. Tenía que mantener la calma.
—“¿Quién eres?” —escribió, los dedos temblando levemente.
Hubo una pausa antes de que la respuesta llegara.
—“Sabes quiénes somos. Y sabemos quién eres tú.”
El NCNI. Malditos cabrones. Se suponía que este equipo estaba limpio, desconectado de su red habitual. A menos que… de alguna manera, lo hubieran estado siguiendo desde el principio. Sintió un nudo en el estómago. No tenía idea de hasta qué punto podían estar vigilándolo.
—“¿Qué quieres?” —tecleó con fuerza.
La respuesta fue inmediata:
—“Hablar. Cara a cara. Pero no de la manera en la que estás acostumbrado.”
VV miró alrededor del café, con el corazón latiéndole desbocado. ¿Estaban allí? ¿Había agentes esperando fuera? El lugar parecía tan tranquilo… pero ese era precisamente el punto, ¿no?
—“No voy a salir. No soy tan estúpido.”
—“No hace falta que salgas. Podemos hablar aquí, como prefieres.”
En la esquina de la pantalla, un icono que antes estaba inactivo comenzó a parpadear. Una pequeña cámara, la única que había en el dispositivo, se encendió de repente, enfocando su rostro. VV se quedó helado.
—“Tranquilo, no vamos a hacerte daño,” —apareció en la pantalla—. “Pero queremos asegurarnos de que sepas con quién estás tratando.”
Sintió un sudor frío recorrerle la espalda. Cerró los ojos, respiró profundamente y dejó que la ira reemplazara el miedo.
—“Si queréis hablar, decid lo que tenéis que decir,” —escribió lentamente.
El siguiente mensaje fue conciso, pero cargado de significado:
—“Che está vivo. Y sabemos dónde está.”
El mundo pareció detenerse. VV se quedó mirando la pantalla, su mente girando a toda velocidad. Por supuesto que lo sabían. El NCNI siempre lo sabía todo. Pero… ¿era verdad? ¿Podía confiar en ellos?
—“¿Dónde?” —escribió, las palabras casi saliéndose de la pantalla.
La respuesta llegó con una frialdad calculada.
—“Madrid. Cerca de donde estás. Pero necesitamos algo de ti antes de que podamos decirte más.”
—“¿Qué?” —respondió VV con brusquedad.
—“Tus habilidades,” —apareció el texto—. “Queremos que termines lo que empezaste. Cielo de Hierro sigue vivo. Aunque Pandemonium destrozó gran parte de su red, se han reagrupado. Están reconstruyendo todo, y si no los detenemos ahora, volverán a ser intocables.”
VV cerró los ojos, intentando procesar la información. ¿Querían que él acabara el trabajo que Che y él habían comenzado? ¿Lo querían como su herramienta? La idea lo llenaba de repulsión… pero si Che estaba realmente en sus manos, si podía salvarlo…
—“Esto es una trampa,” —escribió finalmente.
La pantalla parpadeó, y un nuevo mensaje apareció:
—“No es una trampa. Es una negociación. Tú acabas con Cielo de Hierro, nosotros te decimos dónde está Che y lo que ha estado haciendo.”
El nudo en el estómago de VV se tensó. Cada fibra de su ser le gritaba que no debía confiar en ellos. Pero… si había una mínima posibilidad de que Che estuviera vivo y pudieran reunirse de nuevo…
—“¿Y qué me impide mandaros al infierno?” —preguntó con una pequeña sonrisa en los labios.
La respuesta fue instantánea y brutal:
—“Nada. Pero si lo haces, te quedas solo. No encontrarás a Che. No podrás con Cielo de Hierro. Y cuando terminen contigo, no quedará nada de lo que construisteis.”
VV tragó saliva. Sentía el peso de las palabras. Por primera vez, el NCNI no lo estaba amenazando con armas ni con violencia. Le estaban mostrando la verdad desnuda: estaba solo. Y si quería sobrevivir, necesitaba ayuda.
—“¿Qué tenéis en mente?” —preguntó finalmente.
Hubo una pausa, y la cámara se apagó. Luego, la ventana se redujo y apareció un enlace a un archivo cifrado.
—“Esto es lo que sabemos. Accede a este servidor y encuentra los nombres de los líderes que quedan en Cielo de Hierro. Destruye su red desde dentro. Si lo haces, te prometemos que Che será libre.”
VV se quedó mirando el enlace durante un largo rato. Era arriesgado. Podrían estar tendiéndole una trampa, llevarlo directamente a donde pudieran atraparlo. Pero no tenía otra opción. Si se marchaba ahora, perdería su única oportunidad de encontrar a su compañero.
—“Si intentáis algo,” —tecleó lentamente—, “os juro que acabaré con vuestra red también.”
El siguiente mensaje fue casi divertido:
—“Buena suerte, VV. Y recuerda: no estamos tan lejos.”
La ventana se cerró, dejándolo solo con el archivo cifrado y un dilema tan grande como la propia ciudad que lo rodeaba.
VV miró el café vacío, luego al portátil, y finalmente a la puerta. Podía salir ahora y dejar todo atrás. Pero no lo haría. No hasta que supiera la verdad.
—“Vamos a hacer esto, Che,” —murmuró para sí mismo mientras comenzaba a desencriptar el archivo.
Fuera, la ciudad comenzaba a despertarse. Pero VV no estaba allí para ver el amanecer. Tenía un trabajo que hacer. Un último golpe que podría salvar a su compañero… o destruirlos a ambos.
Capítulo 15: El Infierno Desde Dentro
El archivo que el NCNI le había enviado era un laberinto de información. A simple vista, parecía una recopilación de nombres y direcciones IP dispersas, datos sueltos sin conexión evidente. Pero VV sabía leer entre líneas. Había patrones, vínculos ocultos que solo un observador con su experiencia podría identificar. Cielo de Hierro no era simplemente una organización digital; era un sistema interconectado que operaba tanto en el mundo virtual como en el físico.
El archivo también incluía un acceso a un servidor de pruebas dentro de la propia infraestructura de Cielo de Hierro, algo que solo podía haber sido conseguido con ayuda de alguien de dentro. El NCNI debía de haber capturado a uno de los ingenieros de la red o infiltrado a un agente entre ellos. La idea de colaborar con una agencia de inteligencia le repugnaba, pero no tenía otra opción. Che estaba en juego.
—“Primero, averiguar qué saben,” —murmuró VV para sí mismo mientras configuraba el entorno de trabajo.
Conectó su sistema a través de múltiples capas de anonimato, camuflando su presencia bajo identidades falsas y protocolos opacos. Cualquier error podría delatarlo no solo al CNI, sino a Cielo de Hierro. Y sabía que, si lo descubrían, su final no sería rápido ni indoloro.
El Acceso Prohibido
El servidor se abrió ante él como una puerta a un sótano oscuro. VV sintió un escalofrío al ver la estructura interna. Era un entorno de pruebas, sí, pero también estaba repleto de información sensible: credenciales de usuarios, registros de actividad y, lo más valioso de todo, un mapa parcial de la red interna de Cielo de Hierro.
—“Maldita sea,” —susurró, sus ojos recorriendo cada línea de datos con avidez—. “Esto es más grande de lo que pensaba.”
Había nodos que conectaban con servidores en Europa, Asia y América del Norte. Cada uno con su propia jerarquía y funciones. Los nombres en clave eran confusos, pero con cada nuevo hallazgo, VV comenzó a ver el patrón. La estructura no era como la de una organización criminal tradicional. Era algo más cercano a una multinacional oculta, con departamentos dedicados a investigación, manipulación de información y desarrollo de nuevas tecnologías de vigilancia.
—“Están intentando rehacer todo lo que Pandemonium destruyó,” —se dijo a sí mismo, sintiendo una mezcla de orgullo y temor—. “Pero no tienen suficiente. Están debilitados.”
El NCNI tenía razón. Si atacaba ahora, podía causar un daño irreversible. Pero para eso, necesitaba un objetivo claro: los líderes de la red, los cabecillas que mantenían las operaciones en marcha.
Mientras navegaba por el servidor, encontró lo que buscaba: un pequeño archivo etiquetado como “VIP List”. Abrió el documento con cuidado, esperando encontrar nombres y alias conocidos, pero lo que vio fue mucho más desconcertante.
—“No puede ser…” —murmuró, su garganta cerrándose.
Los nombres en la lista no eran simples alias de hackers o criminales. Eran ejecutivos de grandes compañías tecnológicas, oficiales de alto rango en agencias de inteligencia extranjeras e, incluso, un par de figuras políticas de renombre. Cielo de Hierro no solo era una organización clandestina; era un frente de poder que se infiltraba en todas las capas de la sociedad.
Y había más. En el fondo del archivo, con letras diminutas, encontró un nombre que lo dejó helado:
“Operativo Fantasma: Raúl S.”
—“Che,” —susurró, sintiendo un nudo en el estómago.
El nombre real de Che, oculto en un archivo de Cielo de Hierro. Si sabían quién era, entonces la situación era mucho peor de lo que había imaginado. Pero no había más detalles. Ninguna pista de dónde podría estar. Solo el nombre, como una marca de propiedad.
—“Están usándolo,” —dijo en voz baja, la ira burbujeando en su interior—. “Lo tienen, y lo están usando como cebo.”
Si quería salvarlo, tendría que destruir Cielo de Hierro desde dentro. No habría vuelta atrás.
La Creación de Infernum
VV respiró hondo, sus dedos temblando levemente sobre el teclado. Si iba a hacer esto, necesitaría algo más que Pandemonium. Necesitaba un arma digital que no solo desmantelara la red de Cielo de Hierro, sino que la volviera en su contra. Un programa que convirtiera cada nodo infectado en un parásito, alimentándose de la propia infraestructura hasta consumirla por completo.
Empezó a escribir el código, cada línea una promesa de destrucción. Lo llamó Infernum, en honor a la primera lección que Che y él habían aprendido con Nemo: no hay orden sin caos, no hay control sin desequilibrio. Infernum no solo destruiría las comunicaciones de Cielo de Hierro; transformaría cada nodo en una trampa mortal para cualquiera que intentara reconstruirlo.
—“Vamos a quemar sus cimientos,” —murmuró, sus ojos ardiendo con determinación—. “Hasta que no quede nada.”
Infernum se extendía como una red de telaraña, conectándose a cada segmento de la infraestructura sin activar ninguna alarma. Era un virus tan silencioso que incluso los sistemas de seguridad de Cielo de Hierro lo confundían con tráfico normal. A medida que se desplegaba, VV sintió una extraña mezcla de satisfacción y temor. Sabía que estaba jugando con fuego, pero no tenía otra opción.
—“Solo un empujón más,” —se dijo, observando cómo el programa se replicaba a sí mismo en cada nodo que tocaba.
Cuando Infernum estuvo listo, lo activó con un solo comando:
“Deploy Infernus.exe”
En cuestión de segundos, la red de Cielo de Hierro comenzó a colapsar. Los registros de actividad se llenaron de errores, los servidores se sobrecargaron y los nodos que antes respondían a las órdenes centrales se convirtieron en entidades autónomas, atacando y devorando a cualquier sistema que intentara conectarse con ellos. Era una anarquía digital, una reacción en cadena que no se detendría hasta que cada segmento de la red se autodestruyera.
—“Vamos, vamos…” —murmuró VV, sus ojos siguiendo cada pico de actividad en los gráficos que se desplegaban ante él.
El caos se extendió como un incendio. Los canales de comunicación de Cielo de Hierro comenzaron a cerrarse, uno tras otro. Los administradores intentaron detener la infección, pero cada intento solo aceleró la caída. En cuestión de minutos, la red entera estaba envuelta en llamas digitales.
—“Esto es por ti, Che,” —dijo en voz baja, observando cómo la red que había amenazado sus vidas durante tanto tiempo se desmoronaba.
Entonces, su pantalla parpadeó.
Una nueva ventana emergente apareció, esta vez no desde Cielo de Hierro, sino desde el NCNI.
“Buen trabajo, VV. Acércate a la Plaza Mayor. Habrá alguien esperándote.”
La ira lo golpeó como un mazazo. ¿Esto había sido solo una prueba para ellos? ¿Un simple juego para ver si realmente podía hacerlo?
—“Hijos de puta…” —murmuró, cerrando los ojos por un momento.
Pero si querían jugar, jugarían. Se levantó, cerró el portátil y salió del café, con la adrenalina aún recorriendo sus venas. La Plaza Mayor era solo a unos minutos caminando. Y si Che estaba realmente cerca, no importaba qué tan peligrosas se volvieran las cosas.
—“Voy por ti, compañero,” —susurró mientras se perdía entre las calles de Madrid.
El juego había llegado a su punto culminante.
Capítulo 16: La Plaza Mayor
Madrid vibraba con vida mientras VV se abría paso entre la multitud de la Plaza Mayor. La gente paseaba, ajena al caos que acababa de desatar en el mundo digital. Turistas hacían fotos, artistas callejeros mostraban sus habilidades y el aroma de la comida llenaba el aire. Pero para VV, todo era un eco lejano, una realidad ajena. Su atención estaba concentrada en una sola cosa: encontrar a su contacto y, finalmente, obtener respuestas.
Cada paso lo hacía sentirse más expuesto. El NCNI sabía dónde estaba y probablemente lo estaban observando en ese preciso instante. No era paranoia; era un hecho. Era imposible que le hubieran dado acceso a Cielo de Hierro sin algún tipo de supervisión directa. Pero si había llegado hasta aquí, era porque necesitaba saber la verdad sobre Che. Y si eso significaba arriesgarse a una trampa, que así fuera.
Respiró hondo y avanzó hacia el centro de la plaza, donde la gente se congregaba en pequeños grupos. Miró a su alrededor, intentando identificar a alguien que no encajara, alguien que estuviera prestándole más atención de la debida. Pero no vio a nadie. Solo rostros anodinos, gente común viviendo sus vidas.
—“Malditos espías…” —murmuró para sí mismo.
Entonces lo vio.
Un hombre alto, de complexión fuerte, vestido con un abrigo gris y gafas oscuras, estaba de pie al borde de la plaza, junto a una estatua. Parecía concentrado en un periódico, pero VV notó que sus ojos se movían sutilmente detrás de las gafas, escaneando el entorno con precisión militar. Incluso en medio del bullicio, el tipo emanaba una sensación de alerta.
VV dudó. ¿Era ese su contacto? Decidió no acercarse de inmediato. Caminó despacio, dando un rodeo por la plaza mientras observaba al hombre con el rabillo del ojo. Finalmente, cuando estuvo a unos metros de distancia, el tipo levantó la vista y asintió con la cabeza, un gesto apenas perceptible.
—“Hora de descubrir la verdad,” —murmuró VV para sí mismo antes de avanzar hacia él.
El Primer Encuentro
—“¿VV?” —preguntó el hombre sin preámbulos cuando VV se detuvo a su lado.
VV asintió, sin apartar la vista del rostro inexpresivo de su interlocutor.
—“Soy yo. ¿Eres del NCNI?”
El hombre hizo un gesto con la mano, como si la pregunta fuera irrelevante.
—“Eso no importa ahora. Sígueme.”
Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y comenzó a caminar, internándose en las calles adyacentes a la Plaza Mayor. VV sintió que todo su cuerpo se tensaba, pero no tenía más opción que seguirlo. A medida que avanzaban, se alejaron de la zona turística y entraron en una parte más silenciosa y menos transitada de la ciudad.
Finalmente, el hombre se detuvo frente a una pequeña cafetería de aspecto anticuado. Entró sin mirar atrás, y VV lo siguió con cautela. El lugar estaba casi vacío, con solo un par de mesas ocupadas por clientes que parecían sumidos en sus propios pensamientos. El tipo del abrigo gris se sentó en una mesa al fondo, en un rincón apartado. VV tomó asiento frente a él.
—“¿Y ahora qué?” —preguntó, intentando mantener la voz firme.
El hombre lo miró con una leve sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—“Ahora, hablamos.”
Sacó un pequeño sobre de su abrigo y lo colocó en la mesa entre ambos.
—“Esto es para ti.”
VV lo miró, desconfiado. No era lo que esperaba: ni una amenaza, ni un archivo digital. Solo un sobre de papel ordinario.
—“¿Qué hay dentro?” —preguntó sin tocarlo.
—“Respuestas,” —dijo el hombre con calma—. “Y un mensaje de alguien que conoces.”
La sangre de VV se congeló.
—“¿Che?”
El hombre asintió lentamente.
—“Sí. Está vivo. Y quiere que sepas algo.”
VV miró el sobre como si fuera a explotar en cualquier momento. Luego, despacio, extendió la mano y lo abrió. Dentro, solo había una hoja doblada en cuatro, escrita a mano. La caligrafía era tosca, pero inconfundible.
“No confíes en ellos. Pero juega su juego. Nos vemos pronto, compañero. —Che”
El aire se le escapó de los pulmones como si acabara de recibir un golpe. Che estaba vivo. No solo eso; había conseguido enviarle un mensaje, una advertencia. El NCNI lo estaba usando como cebo, pero Che seguía siendo Che: siempre un paso adelante, siempre encontrando la manera de comunicarse.
—“¿Qué significa esto?” —preguntó, levantando la vista hacia el hombre.
—“Significa que tienes una decisión que tomar,” —respondió el agente con calma—. “Sabemos que quieres encontrarlo, y sabemos que no confías en nosotros. Pero tenemos un objetivo común: Cielo de Hierro. Si acabamos con ellos, Che será libre. Y tú también.”
VV sintió la ira arder bajo la superficie.
—“Si lo sabéis todo, ¿por qué no vais a por ellos vosotros mismos?”
El agente suspiró.
—“Cielo de Hierro no es solo una organización digital. Son una fuerza global con conexiones que van más allá de nuestras fronteras. No podemos atacar abiertamente sin provocar un conflicto a gran escala. Pero tú… tú puedes hacer lo que nosotros no podemos.”
—“¿Y qué es eso?”
El hombre sonrió, una sonrisa triste y cansada.
—“Puedes hacerlos desaparecer. Desde dentro. Destruir no solo sus sistemas, sino su estructura. Borrar cada rastro hasta que no quede nada.”
VV lo miró fijamente, tratando de medir la sinceridad en sus palabras.
—“Si acepto… ¿qué me garantiza que me dejéis en paz después?”
El agente se inclinó hacia delante, sus ojos oscuros fijos en los de VV.
—“Nada. Pero si no aceptas, nunca sabrás dónde está Che. Y ellos te cazarán. Lo sabes tan bien como yo.”
El silencio cayó entre ambos. VV sabía que el tipo tenía razón. Cielo de Hierro no se detendría. No después de lo que había hecho. Si quería tener alguna posibilidad de sobrevivir, tendría que enfrentarse a ellos de nuevo. Pero esta vez, no por venganza, ni por justicia. Solo por una cosa.
—“Está bien,” —dijo finalmente, apretando los puños bajo la mesa—. “Pero solo si yo decido cómo y cuándo.”
El agente asintió.
—“Hecho. Estaremos en contacto.”
Se levantó, dejando a VV solo con el mensaje de Che y un millón de preguntas sin respuesta.
—“Por cierto,” —dijo el agente mientras se alejaba—, “no hagas nada estúpido. Te estamos observando.”
VV lo vio salir del café y desaparecer entre la multitud. Luego, miró el mensaje una vez más, sintiendo la determinación arder en su interior.
Che estaba vivo. Y haría lo que fuera para traerlo de vuelta.
—“Bien, Cielo de Hierro,” —susurró con una sonrisa amarga—. “Hora de terminar lo que empezamos.”
Capítulo 17: La Verdad Tras el Espejo
VV caminaba con pasos apresurados por las calles de Madrid, su mente aún tratando de digerir todo lo que había sucedido en las últimas horas. El encuentro con el supuesto agente del NCNI, el mensaje de Che y el acuerdo que, a pesar de todas sus reservas, había aceptado… Todo apuntaba a un conflicto mucho mayor de lo que había imaginado. Cielo de Hierro y el NCNI parecían dos fuerzas enfrentadas, pero algo en todo aquello no encajaba del todo.
Había algo extraño, una sensación de que se le estaba escapando el verdadero objetivo. Pero no tuvo mucho tiempo para reflexionar. El sobre con la nota de Che incluía también una dirección: un viejo bar en la zona de Lavapiés. Era un lugar al que VV había acudido en sus años de estudiante, antes de desaparecer en el mundo digital. Era casi un relicario de tiempos más simples.
Cuando llegó al lugar, el letrero oxidado y las luces tenues del interior le dieron la bienvenida. Respiró hondo y entró.
El bar estaba prácticamente vacío, excepto por un grupo pequeño de clientes habituales. Al fondo, en una mesa apartada, vio a un hombre sentado con una cerveza en la mano. La luz tenue apenas iluminaba su rostro, pero VV lo reconoció al instante.
—“Che,” —murmuró, casi sin aliento.
Che levantó la vista y una sonrisa se extendió por su rostro bronceado. Parecía relajado, como si hubiera pasado las últimas semanas en un retiro de lujo en lugar de escondido en algún rincón oscuro de la red. Se levantó despacio y abrió los brazos.
—“¡VV, hermano!” —exclamó con un tono despreocupado que chocó con la tensión que VV sentía.
VV se quedó quieto por un segundo, incapaz de procesar la imagen frente a él. Después de todo lo que había pasado, después de todo el caos… Che estaba allí, con un aspecto casi renovado, como si nada hubiera sucedido.
—“¿Qué demonios…?” —murmuró mientras se acercaba lentamente—. “¿Estás bien? ¿Dónde has estado?”
Che sonrió con esa sonrisa característica suya, ladeada y confiada, y le palmeó el hombro.
—“Tranquilo, tranquilo. Todo a su tiempo. Ven, siéntate.”
VV se dejó caer en la silla frente a él, sus ojos recorriendo cada detalle. Che estaba más moreno, con una barba corta y el pelo algo más largo. Pero lo que más le sorprendió fue la calma que irradiaba, como si tuviera todo bajo control.
—“Parece que has estado de vacaciones,” —murmuró con un toque de incredulidad.
Che soltó una carcajada.
—“Algo así,” —dijo antes de dar un largo trago a su cerveza—. “Pero… bueno, he metido la pata, compañero.”
Las palabras cayeron como una bomba. VV parpadeó, sin entender.
—“¿Qué quieres decir con ‘he metido la pata’? Estuve siguiendo las instrucciones, hablando con el supuesto CNI, hackeando los servidores que me disteis…”
Che se inclinó hacia delante, sus ojos oscureciéndose.
—“Sí… ahí es donde la cosa se complica. El NCNI nunca estuvo en esto, VV. Todo lo que hiciste… toda la información que te dieron… era Cielo de Hierro.”
La realidad se tambaleó a su alrededor. VV sintió cómo la rabia, la incredulidad y el miedo se mezclaban en su interior.
—“¿Qué? ¿Quieres decir que…?”
—“Sí,” —lo interrumpió Che con un tono de disculpa—. “Los servidores que atacaste no eran de Cielo de Hierro. Eran del NCNI. Nos usaron como herramientas para atacar a la propia agencia que intentaba desenmascararlos.”
El silencio entre ambos fue como un cuchillo afilado. VV cerró los ojos por un momento, intentando procesar las implicaciones. Todo había sido una trampa. Una gran y jodida trampa.
—“Pero… ¿cómo?” —preguntó finalmente, con la voz rota—. “¿Cómo caímos en esto?”
Che se rascó la barba, con el ceño fruncido.
—“Hicieron que pareciera que me tenían prisionero. Controlaron cada comunicación que recibiste, cada pista, cada archivo. Todo para que pensaras que estabas golpeando a Cielo de Hierro, cuando en realidad estabas demoliendo la infraestructura del NCNI.”
—“Mierda…” —murmuró VV, sus manos temblando levemente.
Che se inclinó más hacia él, su voz baja y apremiante.
—“Pero escúchame, hay una salida. No todo está perdido.”
VV levantó la vista, su mirada oscurecida.
—“¿Qué salida? Nos tienen atrapados. Si el NCNI descubre lo que hicimos, estamos jodidos. Y Cielo de Hierro… ellos lo saben todo.”
Che asintió lentamente.
—“Sí, es cierto. Pero la cuestión es que ahora Cielo de Hierro está expuesto también. Y lo que no saben es que tenemos algo que ellos quieren. Algo que puede equilibrar la balanza.”
VV frunció el ceño.
—“¿A qué te refieres?”
Che se acercó aún más, sus ojos ardiendo con una intensidad que VV no había visto en mucho tiempo.
—“Tengo acceso a una copia de seguridad de sus comunicaciones internas. Cada operación, cada contacto, cada nombre. Es una copia parcial, pero es suficiente para poner a la gente adecuada tras sus pasos.”
VV lo miró fijamente, tratando de medir la veracidad en sus palabras.
—“¿Cómo conseguiste eso? Si ellos controlaban todo…”
Che sonrió, una sonrisa que irradiaba astucia.
—“No subestimes a un hacker con tiempo libre en la playa, hermano.”
VV dejó escapar una carcajada amarga, a pesar de la situación.
—“Maldito cabrón…”
Che se relajó, apoyándose en la silla.
—“El plan es sencillo: se lo entregamos al CNI, pero con condiciones. Limpiamos nuestro nombre y les damos un par de líderes menores de Cielo de Hierro. Ellos salen ganando, nosotros salimos libres.”
VV lo miró con incredulidad.
—“¿Y Cielo de Hierro nos dejará ir así como así? Les dimos la victoria perfecta.”
Che negó con la cabeza.
—“No. Cielo de Hierro piensa que hemos caído. Si jugamos bien nuestras cartas, se mantendrán en las sombras, creyendo que no tenemos nada más. Mientras tanto, el NCNI limpiará a sus agentes infiltrados.”
—“¿Y después?”
Che sonrió, levantando su cerveza como si estuvieran brindando.
—“Después… desaparecemos. Otra vez. Solo tú y yo, como siempre.”
El alivio y la rabia se mezclaron en el pecho de VV. Quería gritarle, golpearlo, pero también abrazarlo. Che estaba de vuelta, y aunque las cosas eran un desastre monumental, su compañero tenía un plan.
—“Esto es una locura,” —murmuró.
—“Claro que lo es,” —respondió Che con un guiño—. “Pero dime… ¿alguna vez hemos hecho algo que no lo fuera?”
El silencio se rompió con una carcajada de VV. Una carcajada sincera y liberadora.
—“No, supongo que no,” —dijo, relajándose por primera vez en días—. “Entonces, ¿por dónde empezamos?”
Che dejó la cerveza sobre la mesa, su expresión seria de nuevo.
—“Primero, asegurarnos de que esa copia llegue al lugar adecuado. Después… el verdadero juego comienza.”
VV asintió, su mente ya preparándose para la próxima jugada.
—“De acuerdo, compañero. Vamos a darle la vuelta a esta partida.”
Ambos se levantaron de la mesa, sabiendo que estaban en medio de un juego peligroso. Pero por primera vez en mucho tiempo, estaban juntos. Y eso significaba que cualquier cosa era posible.
Capítulo 18: Un Juego de Doble Filo
El apartamento en el que Che y VV se habían refugiado era pequeño y destartalado, pero perfecto para sus propósitos. Desde la ventana, podían ver el bullicio de las calles de Lavapiés abajo, el lugar ideal para perderse entre el flujo constante de personas. La habitación estaba llena de cables, ordenadores improvisados y una maraña de routers y dispositivos de red que habían montado en cuestión de horas. La operación tenía que ser rápida y precisa. Si cometían un solo error, el NCNI podría rastrearlos en cuestión de minutos, y Cielo de Hierro no se quedaría atrás.
Che se movía por la habitación con la energía renovada de un hombre que había vuelto de entre los muertos. A pesar de su apariencia relajada, VV podía ver la intensidad en sus ojos. Había algo en él, un fuego que ardía más fuerte de lo habitual. Quizá era la adrenalina, quizá era la venganza. Pero VV lo conocía bien: no pararía hasta que todo encajara en su lugar.
—“Esto no va a ser fácil,” —dijo Che, sin dejar de teclear en su portátil—. “El NCNI nos va a intentar tragar enteros. Cielo de Hierro va a querer borrarnos. Y nosotros estamos aquí en medio, jugando con ambos lados.”
—“Como siempre,” —respondió VV con una media sonrisa mientras revisaba los logs de tráfico—. “¿Cómo conseguiste escapar? Pensé que te tenían acorralado.”
Che se detuvo y lo miró con una sonrisa cansada.
—“Me tenían, sí. Pero no sabían con quién estaban tratando.”
VV levantó la vista de su pantalla.
—“¿Qué hiciste?”
Che se encogió de hombros, como si fuera la cosa más normal del mundo.
—“Reventé su sistema desde dentro. A ellos también les vendí una historia, haciéndoles creer que era un peón más en su red. Cuando bajaron la guardia, me colé en una de sus infraestructuras secundarias y me aseguré de que todo se desplomara justo cuando creían tenerme controlado.”
VV soltó una carcajada seca.
—“Eres un jodido loco.”
—“Soy un jodido sobreviviente,” —replicó Che con un brillo en los ojos—. “Y tú también. Así que, hermano, veamos cómo salimos de este agujero.”
La Oferta al CNI
La clave estaba en el archivo que Che había conseguido. Una copia parcial de las comunicaciones internas de Cielo de Hierro, suficiente para exponer a varios de sus líderes menores y, con suerte, provocar una cacería dentro de la organización. Si lograban presentar esos datos al CNI de la manera adecuada, podrían negociar una tregua temporal. No se hacían ilusiones: no habría paz duradera. Pero tal vez, solo tal vez, conseguirían un tiempo para respirar.
—“Tenemos que hacer que parezca un regalo envenenado,” —dijo VV mientras ajustaba los paquetes de datos—. “No les vamos a dar acceso directo a todo. Solo a las piezas que puedan usar para sacar de juego a algunos de los jefes de Cielo de Hierro.”
—“Correcto,” —asintió Che—. “Pero tenemos que hacerles creer que es todo lo que tenemos. Si sospechan que estamos guardándonos algo, querrán exprimirnos hasta el final.”
VV detuvo las manos sobre el teclado y miró a Che con seriedad.
—“¿Y cómo planeas hacer que confíen en nosotros?”
La sonrisa de Che se ensanchó.
—“Fácil. Vamos a dejarlos atrapados en su propia red.”
El Plan en Movimiento
Che comenzó a desplegar el plan con una precisión quirúrgica. Usó uno de los nodos de Cielo de Hierro que habían infectado con Infernum como trampolín para lanzar un ataque de falsos positivos sobre los sistemas del NCNI. La idea era simple: hacer que los agentes del NCNI creyeran que habían interceptado información de valor sobre los líderes de Cielo de Hierro por casualidad.
—“Va a parecer que han tropezado con un paquete de información sin querer,” —explicó Che mientras escribía—. “Cuando en realidad somos nosotros los que les estamos guiando la mano.”
—“¿Y cuándo nos pongamos en contacto?” —preguntó VV, aún escéptico.
—“Cuando estén lo suficientemente desesperados por más. Ahí es cuando entraremos nosotros.”
VV asintió lentamente, viendo cómo se desplegaban las primeras capas del plan. Che siempre había sido el maestro de la manipulación digital, jugando con las expectativas y el ego de sus oponentes. Pero esta vez, estaban en una liga distinta. Si el NCNI se daba cuenta de que todo era una farsa, no tendrían piedad.
Las primeras respuestas del NCNI comenzaron a llegar en forma de señales de rastreo y pequeños intentos de infiltración. Los analistas de la agencia mordieron el anzuelo como Che había predicho. La información, aunque limitada, era jugosa: detalles de transacciones entre los líderes de Cielo de Hierro y grupos de influencia dentro de Europa del Este.
—“Van a pensar que es solo la punta del iceberg,” —murmuró Che con satisfacción—. “Y cuando vengan a nosotros, les daremos lo que creen que quieren.”
—“¿Y qué les vamos a dar exactamente?” —preguntó VV, ladeando la cabeza.
Che se volvió hacia él, su expresión más seria que nunca.
—“Les vamos a dar a uno de sus propios traidores. Alguien dentro del NCNI que ha estado trabajando para Cielo de Hierro todo este tiempo.”
El impacto de sus palabras dejó a VV en silencio.
—“¿Cómo… cómo sabes eso?”
Che sonrió de nuevo, un gesto oscuro y lleno de astucia.
—“Porque cuando me atraparon, pasé más tiempo con ellos del que crees. Y descubrí algunas cosas interesantes.”
El Enemigo Interior
El traidor era un alto mando dentro del NCNI, alguien que había estado filtrando información a Cielo de Hierro durante meses. Che había conseguido rastrear sus movimientos digitales y conectar los puntos. La revelación era devastadora: no solo habían caído en una trampa, sino que el propio CNI había sido manipulado desde dentro. Ahora, tenían un nombre. Y con ese nombre, una ventaja.
—“Vamos a entregárselo en bandeja,” —dijo Che con una sonrisa peligrosa—. “Pero con un precio.”
VV lo miró con una mezcla de admiración y preocupación.
—“¿Y cuál es ese precio?”
Che se inclinó hacia delante, sus ojos brillando con la emoción de quien está a punto de lanzar el golpe final.
—“Nuestro borrado completo de todas las bases de datos del NCNI. Cualquier rastro, cualquier mención, cualquier operación que nos vincule a ellos… desaparece. Y a cambio, les damos el nombre de su traidor y les dejamos golpear a Cielo de Hierro.”
El plan era tan audaz que VV casi se echó a reír.
—“Eso es una locura,” —murmuró.
—“No,” —respondió Che con firmeza—. “Eso es nuestra única salida.”
Se quedaron en silencio por un momento, ambos sopesando las posibilidades. Si funcionaba, estarían libres de ambos enemigos, al menos temporalmente. Pero si fallaba… entonces no habría lugar donde pudieran esconderse.
—“¿Entonces qué dices, VV?” —preguntó Che, extendiendo la mano hacia él.
VV miró la mano de su compañero. Sabía que esta era su única oportunidad de cerrar ese capítulo de sus vidas. Dejar atrás a Cielo de Hierro y al CNI. Pero también sabía que aceptar significaba que estaban cruzando una línea de la que no podrían volver.
—“Vamos a hacerlo,” —dijo finalmente, estrechándole la mano con fuerza.
Che sonrió, una sonrisa llena de peligro y determinación.
—“Perfecto. Vamos a darles un espectáculo que nunca olvidarán.”
Capítulo 19: La Jugada Final
El apartamento en Lavapiés se había convertido en el centro de operaciones más tenso y peligroso que Che y VV habían manejado jamás. Ambos se movían con rapidez, escribiendo líneas de código y revisando las comunicaciones cifradas que fluían por la red como un torrente indomable. Sabían que no había margen de error. Un solo fallo y tanto el NCNI como Cielo de Hierro caerían sobre ellos con la fuerza de un martillo.
—“El paquete de información está listo,” —dijo VV, su voz baja y controlada.
Che asintió mientras revisaba el cifrado de la base de datos que iban a enviar al CNI. El nombre del traidor, los detalles de sus comunicaciones con Cielo de Hierro, y la estructura mínima que había permitido a los agentes del enemigo infiltrarse en la agencia. Era una trampa, pero una que necesitaba ser creíble para funcionar.
—“Y el señuelo para Cielo de Hierro?” —preguntó Che, sin apartar la vista de la pantalla.
VV sonrió, sus dedos volando sobre el teclado.
—“Lo estamos subiendo ahora mismo. Para cuando lo detecten, pensarán que han encontrado un agujero en la red del NCNI. Su paranoia hará el resto.”
Che rió entre dientes.
—“Perfecto. Vamos a hacer que se maten entre ellos.”
El plan era simple y brillante: entregar al CNI suficiente información para que confiaran en ellos y, al mismo tiempo, hacer que Cielo de Hierro viera al CNI como una amenaza inminente. En lugar de enfrentarse a ambos lados, harían que el NCNI y Cielo de Hierro se enfrentaran entre sí. Mientras tanto, ellos se desvanecerían en las sombras, dejando que sus enemigos se destruyeran mutuamente.
—“Pero…,” —dijo VV, su voz tensa de repente—, “¿qué haremos si ninguno de los dos cae en la trampa?”
Che lo miró fijamente.
—“Entonces, improvisamos. Como siempre.”
VV tragó saliva. La improvisación en este punto significaba que no había plan B. Era todo o nada.
La Entrega al CNI
Las instrucciones de contacto habían llegado desde la red interna del NCNI, un canal que solo los agentes de más alto rango podían usar. El nombre del traidor ya estaba listo para ser revelado: “Operativo Alfa-23”, un alto mando responsable de coordinar operaciones de seguridad digital en Europa. Si caía, sería un golpe devastador para la agencia y un mazazo para Cielo de Hierro, que perdería su principal enlace dentro de la inteligencia española.
—“Conectaré en cinco minutos,” —dijo Che, observando el cronómetro en la esquina de su pantalla—. “Necesito que mantengas abierta la línea para el drop.”
VV asintió, ajustando las configuraciones del servidor de destino. El archivo estaba protegido con un cifrado de doble capa. Solo un agente del NCNI con las credenciales correctas podría abrirlo. La idea era sencilla: si se forzaba el acceso, el archivo se destruiría automáticamente, lo que demostraría que no estaban jugando.
—“Conectado,” —anunció VV.
Che envió la solicitud de conexión y se sentó en silencio mientras el sistema del NCNI respondía. Un segundo después, una ventana emergente apareció en la pantalla. No había vídeo, solo una línea de texto.
“¿Quién eres?”
Che respiró hondo y comenzó a escribir.
—“Soy la única persona que puede entregarte a Operativo Alfa-23.”
Hubo una pausa, luego la respuesta llegó, directa y sin rodeos:
“¿Pruebas?”
Che subió un pequeño fragmento del archivo, solo suficiente para confirmar la identidad del traidor. Cuando la transferencia terminó, esperaron. Un minuto. Dos minutos. Entonces, la pantalla se iluminó de nuevo.
“¿Qué quieres?”
—“Quiero que borres cada mención nuestra de vuestros sistemas. Cada archivo, cada informe. Desaparecemos por completo. Y a cambio, te doy a tu traidor y toda la red que ha estado construyendo dentro de vuestra organización.”
La respuesta fue inmediata:
“No estás en posición de negociar.”
Che rió entre dientes y escribió rápidamente.
—“Entonces esperemos a ver qué pasa cuando Cielo de Hierro descubra que vuestro agente ha estado desviando fondos de su operación.”
Otro largo silencio. VV sintió el pulso acelerado en sus sienes. Estaban jugando con fuego.
Finalmente, llegó la respuesta:
“Envía la información completa. Haremos lo que pides.”
Che levantó la vista hacia VV, y ambos intercambiaron una mirada de alivio mezclado con adrenalina.
—“Envía el paquete,” —dijo Che con un susurro.
VV hizo clic en el archivo cifrado y lo transfirió. Un segundo después, la línea de comunicación se cortó.
—“Ahora,” —murmuró Che—, “a esperar que ellos hagan su jugada.”
La Caza de Cielo de Hierro
Mientras el NCNI procesaba la información, Che y VV monitorizaron de cerca las redes de Cielo de Hierro. Sabían que, en cuanto el NCNI comenzara a moverse, sus enemigos detectarían el cambio y entrarían en pánico. No pasó mucho tiempo. En menos de una hora, los nodos de Cielo de Hierro comenzaron a parpadear con actividad frenética.
—“Aquí vamos,” —murmuró Che, con una sonrisa.
Los líderes de Cielo de Hierro estaban comunicándose en canales encriptados, tratando de entender por qué uno de sus principales agentes había sido traicionado. Cada intento de contactar con el agente caído era interceptado por el NCNI, que bloqueaba cada respuesta y alimentaba la confusión.
—“Van a entrar en pánico,” —dijo VV, observando las pantallas—. “Van a empezar a atacar sin pensar.”
Che asintió.
—“Exactamente. Y ahí es donde entra nuestra parte final.”
Se giró hacia VV, su rostro serio.
—“Necesitamos desaparecer antes de que el polvo se asiente. Ya tenemos todo preparado. Solo tengo que activar el último protocolo.”
VV frunció el ceño.
—“¿Qué protocolo?”
Che se inclinó hacia la consola y, con un par de clics, subió un archivo a un servidor remoto.
—“El protocolo de desintegración. Es algo que estuve preparando mientras estaba ‘fuera’. Si lo activo, Infernum se volverá a activar y destruirá cualquier rastro nuestro en ambas redes. Es un riesgo, porque Cielo de Hierro también verá que estamos detrás de esto. Pero es la única manera de cortar todos los hilos.”
VV lo miró con incredulidad.
—“¿Y cuándo pensabas decirme esto?”
Che sonrió con tristeza.
—“Justo ahora. Porque necesitamos estar de acuerdo. Una vez que lo haga, no habrá vuelta atrás.”
VV miró la pantalla y luego a Che. Sabía lo que significaba. Estaban a punto de borrar cada conexión que habían construido, cada pista que los llevaba de vuelta a esta locura. Después de esto, serían fantasmas. Sin pasado, sin aliados, sin más protección que su propio ingenio.
—“Hazlo,” —dijo VV con firmeza.
Che asintió y escribió el comando final:
“Infernum-0
.All”
Las pantallas se llenaron de líneas de código a medida que el programa se desplegaba. Los nodos de Cielo de Hierro y del NCNI comenzaron a parpadear con errores. Los sistemas se reiniciaron, las redes colapsaron y, poco a poco, los rastros de Che y VV desaparecieron por completo.
—“Adiós, cabrones,” —murmuró Che mientras la pantalla se apagaba por última vez.
El silencio cayó sobre la pequeña habitación. Se quedaron allí sentados, respirando profundamente. Lo habían hecho. Se habían librado de ambos monstruos. Pero el precio era alto.
—“¿Y ahora qué?” —preguntó VV finalmente.
Che sonrió, levantándose despacio.
—“Ahora, nos perdemos. Como siempre. Pero esta vez, con la certeza de que no podrán encontrarnos.”
Ambos recogieron sus cosas y salieron del apartamento, dejando atrás todo lo que habían construido. Se desvanecieron en las sombras de Madrid, dos fantasmas en un mundo que ya no los controlaba.
Capítulo 20: Epílogo - Fóllate al Sistema
Meses después del caos en Madrid, los ecos de lo sucedido aún resonaban en los círculos más oscuros del poder. Cielo de Hierro había sido desmantelado en gran parte, sus líderes menores capturados o en fuga. Pero su núcleo seguía intacto, operando en la sombra, reconstruyendo lo que se había perdido. El NCNI, por su parte, había purgado sus filas, eliminando a traidores y fortaleciendo su control sobre las redes nacionales.
Sin embargo, tanto para el NCNI como para Cielo de Hierro, una pregunta persistía: ¿dónde estaban los dos hackers que habían causado tanto caos?
Nadie sabía la respuesta.
En un pequeño pueblo costero del Mediterráneo, lejos del bullicio de las grandes ciudades, dos figuras se relajaban en la terraza de un café con vista al mar. El sol se ponía lentamente, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados, y la brisa marina traía consigo el olor a sal y tranquilidad.
VV estaba sentado con una cerveza en la mano, mirando las olas romper suavemente en la orilla. A su lado, Che se estiraba perezosamente, con un sombrero de paja que le cubría el rostro. Estaban irreconocibles. Habían cambiado sus apariencias, quemado sus viejas identidades y borrado cada rastro que pudiera llevar hasta ellos.
—“¿Sigues pensando en eso?” —preguntó Che con un tono despreocupado.
VV se encogió de hombros.
—“A veces. Lo que hicimos… No sé si fue suficiente.”
Che levantó el sombrero y lo miró, con una sonrisa tranquila.
—“No se trata de si fue suficiente o no. Se trata de que hicimos lo que teníamos que hacer. Ellos querían controlarnos, atraparnos. Y nosotros les demostramos que no podían.”
—“¿Y qué pasa si vuelven?” —preguntó VV, con un toque de preocupación en la voz—. “Si el NCNI o Cielo de Hierro nos encuentran…”
Che rió suavemente y se inclinó hacia delante, sus ojos brillando con una chispa de malicia.
—“Entonces tendrán que lidiar con dos tipos que ya no tienen nada que perder.”
VV lo miró fijamente por un momento. Luego, una sonrisa comenzó a formarse en su rostro.
—“Sí, supongo que tienes razón.”
Se quedaron en silencio, contemplando el horizonte. El mundo pensaba que estaban muertos o, al menos, desaparecidos para siempre. Y eso era exactamente lo que necesitaban. Ahora eran libres. Verdaderamente libres.
—“Entonces, ¿cuál es el plan ahora?” —preguntó VV finalmente.
Che levantó su cerveza y brindó en el aire.
—“No hay plan, compañero. Solo vivir. Eso ya es suficiente revolución.”
Ambos rieron, una risa ligera y despreocupada, como si el peso de los últimos meses se desvaneciera con cada carcajada. Che levantó la vista hacia el cielo, su expresión tranquila y satisfecha.
—“¿Sabes? A veces es mejor no ganar. A veces, simplemente sobrevivir es la victoria.”
VV asintió lentamente. Miró el mar, dejando que la paz del momento lo envolviera.
—“¿Y qué pasa con el sistema?” —preguntó, como si aún necesitara escuchar la respuesta final.
Che se encogió de hombros y sonrió con esa sonrisa ladeada que significaba que estaba a punto de decir algo memorable.
—“El sistema siempre estará ahí. Pero nosotros… nosotros ya no jugamos con sus reglas.”
Se levantó de la silla y le dio una última palmada a VV en la espalda antes de empezar a caminar hacia la playa.
—“Vamos, hermano. Hay un mundo allá fuera que aún no hemos jodido.”
VV se levantó con él, dejando la botella vacía en la mesa. Mientras caminaban hacia la arena, hacia el océano infinito, una última idea cruzó la mente de VV.
Habían jugado con fuego, enfrentado a monstruos y salido vivos. Pero no se trataba solo de sobrevivir. Se trataba de vivir en un mundo donde podían ser ellos mismos, sin cadenas ni controles.
—“Fóllate al sistema,” —murmuró para sí mismo, con una sonrisa en los labios.
Che se giró y le guiñó un ojo.
—“Exacto, hermano. Fóllate al maldito sistema.”
Con esas palabras, desaparecieron en la puesta de sol, dos hackers convertidos en leyenda, libres para siempre en un mundo que nunca podría atraparlos.
Y así terminó la historia de Che y VV, dos rebeldes digitales que desafiaron las reglas, quemaron las bases de poder y demostraron una verdad que todos deberían recordar: en un juego donde las reglas están hechas para controlarte, la única manera de ganar es no jugar.
FIN.
Nuestra información más reciente
Conozca las novedades de nuestra compañía
¿Comenzamos?
Descubre cómo la informática empresarial y la inteligencia artificial pueden transformar tu negocio, optimizando procesos, mejorando la toma de decisiones y aumentando la eficiencia. Automatiza, innova y escala sin límites con la tecnología del futuro. ¡El cambio empieza hoy, da el primer paso! 🚀
📩 Déjenos sus datos y empecemos a innovar juntos.
Confíe en nosotros para optimizar su rendimiento.
En UTAI SOFTWARE, nos especializamos en integrar soluciones de datos e inteligencia artificial para transformar y optimizar su negocio. Nuestro enfoque se centra en maximizar la eficiencia operativa, reducir costos y potenciar cada área de su empresa mediante tecnologías avanzadas.